Una reciente investigación realizada por el Grupo RHUO y la Universidad
Abierta Interamericana, da cuenta que un 58% de trabajadores encuestados ha padecido o
padece “estrés laboral”, manifestado mayormente en cuadros de “pánico”,
“angustia” y “ansiedad”, además de “trastornos gastrointestinales” (que
como patologías somáticas suelen estar asociadas en un grado importante
a causas emocionales y psíquicas).
Los resultados del trabajo, además, destacan que “los bajos salarios”
resultaron ser la principal causa de enfermedades de “estrés laboral”,
seguido por “la falta de coherencia entre lo que las organizaciones
(empleadores) dicen y hacen”. Asimismo, el 67% de los trabajadores
encuestados afirmó que “la situación económica le genera mucho
estrés”.
De acuerdo a los últimos datos del Instituto Nacional de Estadísticas
y Censo (INDEC) al momento de escribir este artículo, el 75% de la
población ocupada no traspasa como “techo” de remuneración salarial la
suma de $6500 mensuales (con una canasta familiar que en medio de una
espiral inflacionaria bordea los $10.000), mientras que la mitad de
dicha población (tanto los trabajadores en empleos formales como
informales) ganan menos de $4.040 al mes.
El mismo informe da cuenta que el casi 34% de los asalariados (un poco más de 4 millones) trabaja “en negro”; por otro lado, si bien la cifra de desempleo ha bajado al casi 6%, el análisis cualitativo de las propias estadísticas del INDEC habla por sí solo: quienes tienen empleo obtienen bajas remuneraciones, las cuales están a su vez condenadas a una constante depreciación por los embates inflacionarios. Agudizando el aumento de la lupa sobre los datos, quizás se entienda un poco más la contundencia de la huelga convocada formalmente por la burocracia sindical: el 25% de la población trabajadora gana por debajo de $2500 (casi un quinto del valor de la canasta familiar).
El mismo informe da cuenta que el casi 34% de los asalariados (un poco más de 4 millones) trabaja “en negro”; por otro lado, si bien la cifra de desempleo ha bajado al casi 6%, el análisis cualitativo de las propias estadísticas del INDEC habla por sí solo: quienes tienen empleo obtienen bajas remuneraciones, las cuales están a su vez condenadas a una constante depreciación por los embates inflacionarios. Agudizando el aumento de la lupa sobre los datos, quizás se entienda un poco más la contundencia de la huelga convocada formalmente por la burocracia sindical: el 25% de la población trabajadora gana por debajo de $2500 (casi un quinto del valor de la canasta familiar).
Los datos finales coinciden con las conclusiones del autor de la
presente nota en el artículo Salud Mental y Clase Obrera Argentina: La
Década Insalubre, publicado por la Revista Topía.
En el mismo, luego de una investigación realizada, se comprueba el
incremento exponencial entre la población trabajadora de licencias
psiquiátricas y el autoconsumo de psicofármacos (especialmente
ansiolíticos y “tranquilizantes”) durante la última década. La
precarización laboral y la superexplotación laboral como fenómeno,
suplantando a la desocupación de los ´90 (donde el consumo de
antidepresivos prevalecía sobre los ansiolíticos) resultan ser la
principal causa de padecimientos mentales y psíquicos entre los
trabajadores argentinos.
El preocupante nivel de automedicación como “solución” se presenta
principalmente entre los trabajadores no registrados, informales o “en
negro” (monotributistas, contratados, cooperativistas, etc.), teniendo
en cuenta que dichos compañeros no cuentan con la posibilidad de
tratamientos en obras sociales ni de licencias médicas contempladas en
los Convenios Colectivos de Trabajo.
La tan cacareada “reactivación del trabajo” se desenvolvió sobre bases de tal extrema precarización y
superexplotación laboral que los presuntos “beneficios” al otrora
trabajador desocupado terminan deviniendo en un infernal sufrimiento,
manifestado en “trastornos” psíquicos y un tendal de síntomas que se
ubican en las antípodas de la “felicidad del obrero”.
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