20 de agosto de 2016
León Trotsky, un revolucionario de nuestra época
A 76 años del asesinato de León Trotsky,
reproducimos el presente artículo de Jorge Altamira, publicado en Prensa Obrera
número 1142, de agosto de 2010
Cuando la
pica de un asesino sin paralelo ponía fin, hace setenta años, a la vida de León
Trotsky, se producía el crimen de lesa humanidad por antonomasia. El ingreso de
la humanidad a la mayor barbarie de su historia exigía el aniquilamiento de
todos aquellos verdaderamente capaces de ponerle un fin por medio del arma ya
probada de la revolución proletaria.
El
asesinato de Trotsky tiene lugar en un definido cuadro contrarrevolucionario mundial:
las victorias del fascismo, el franquismo, el nazismo y el stalinismo. Estamos
en las postrimerías del pacto Hitler-Stalin y en las vísperas de la invasión
hitleriana a la Unión Soviética - el escenario de la primera gran revolución
obrera de la historia. La escuela del asesino de Trotsky son los crímenes
contra los revolucionarios anarquistas y socialistas cometidos por el
stalinismo (en primer lugar, Victorio Codovilla, jefe del partido comunista de
Argentina), para evitar un segundo Octubre en la España revolucionaria. Antes
la victoria del franquismo que una segunda revolución proletaria - que
efectivamente hubiera bloqueado la segunda guerra mundial y cambiado el rumbo
de los acontecimientos. Destrozar los cerebros de la revolución curtidos por
cuatro décadas de lucha revolucionaria se había transformado en la tarea
urgente de la contrarrevolución internacional. Para allanar el camino a la
guerra, había que destruir antes a quienes podían transformarla en una guerra
civil internacional. Ninguna ‘comunidad internacional' se alzó entonces para
declarar la imprescriptibilidad de esos crímenes, los más imprescriptibles de
todos porque no serán zanjados en los tribunales de justicia sino en los campos
de batalla de la historia. En los años 36-38, Stalin acababa con todo el comité
central viviente que había dirigido la revolución de Octubre. La mueca de la
historia, implacable ella, había puesto al frente de los tribunales al mismo
Vischinsky, un ex menchevique, que en marzo de 1917 había pedido la captura de
Lenin (para su eventual fusilamiento) bajo la acusación, en plena guerra, de
agente alemán. Este verdugo de todas las estaciones alcanzó su obsesión dos
décadas más tarde bajo la batuta de Stalin. El asesinato de Trotsky no ocurrió
fuera del tiempo y el espacio sino en condiciones políticas precisas, cuando,
solo, se erguía como el último baluarte de la revolución contra la barbarie en
marcha de la ilustrada burguesía internacional. El asesinato de Trotsky - el
único que previó el holocausto judío apenas Hitler venció, sin resistencia, al
proletariado alemán por culpa de sus organizaciones- es una pieza
política fundamental en el engranaje de la guerra mundial. Esta es la
caracterización siempre ausente en el elogio que le prodigan sus epígonos y en
los insultos de quienes temen más que nunca su legado. En la pelea contra su
asesino hasta capturarlo, Trotsky emerge, hasta su último suspiro, como el
gigante del proletariado revolucionario.
Un siglo
Con León
Trotsky desaparece la última figura de intelectuales y organizadores
revolucionarios socialistas, que debuta con Carlos Marx y las revoluciones
europeas de 1848. Durante cien años, la historia del proletariado tuvo su
epicentro en Europa y la guía del marxismo. Fue un siglo de discontinuidades, de
choques ideológicos y de escisiones históricas - pero cada fase de ellas, así
como sus protagonistas, tenía por referencia al marxismo. Con la ventaja de la
perspectiva que da el tiempo, sabemos que en los 70 años posteriores no surgió
ningún intelectual-organizador de la talla de Trotsky, Lenin, Rosa Luxemburgo o
incluso Gramsci (que se esfuerza por pensar como marxista en la celda del
fascismo, hostilizado por el stalinismo). Se produce, desde los '40, una laguna
histórica en la proyección del marxismo. Este pasa al campo académico, donde
siempre había sido rechazado, y abandona la lucha de partido, con lo cual
pierde su condición revolucionaria - la academia interpreta la historia pero no
pretende transformarla (y la mayor parte de las veces no pasa de una
interpretación de textos, algo así como el onanismo intelectual, por lo que ha
hecho un culto del repudio a la construcción de partidos revolucionarios). Sin
temor al ridículo, el intelectual de centroizquierda se presenta como una
‘variante del marxismo' y hasta como ‘posmarxista'. Las discusiones entre
grupos o partidos, por su lado, se fueron convirtiendo en bizantinas, por eso
degeneran rápido en escisiones estériles. El proletariado de los países
industriales pierde el protagonismo mundial que lo caracterizó en los cien años
previos. Se producen interregnos (el mayo francés, el otoño italiano), pero
tampoco bajo la influencia del marxismo. Los levantamientos coloniales
proyectan un nuevo tipo de dirección política, cuyo lado más débil, el ideológico
o programático, conquista a la intelectualidad pequeño burguesa. Es lo que aún
ocurre, por ejemplo, con los movimientos que plantean limitar la globalización
o con el chavismo. Las esfuerzos gigantescos que ha realizado el proletariado
desde su ingreso en la historia para emanciparse como clase y las enormes
derrotas que siguieron a sus tentativas más osadas han dejado huellas profundas
en su conciencia - que los académicos atribuyen a lo que llaman "los
treinta años gloriosos" de recuperación del capitalismo en la posguerra,
como si a partir de los aún "más gloriosos", desde 1850 a 1914, o aun
de 1890 hasta la primera guerra, la clase obrera no se hubiera afirmado como
una clase con conciencia histórica propia y forjado enormes organizaciones socialistas.
Necesitamos
nuevos Trotsky. Para ello deberán recoger el desafío de comprender el alcance
histórico de la bancarrota capitalista mundial (y dejar de lado a los que
esgrimen frustraciones pasadas para deshojar la margarita sobre su
perspectiva), así como el de la entrada en escena de los nuevos contingentes
gigantescos del proletariado de Asia - y pulir las armas para una lucha
revolucionaria que deberá ser decisiva. Como siempre, el proletariado más joven
reanimará las fuerzas de los más antiguos. Marx ya había señalado que el
proletariado deberá aprender de sus derrotas; que el trabajo de la historia es,
muchas veces, extremadamente lento, observaba Trotsky; que a cada derrota hay
que oponer un nuevo comienzo. Nos apropiamos efectivamente de la consigna de
Rosa Luxemburgo: Socialismo o Barbarie.
De
pronósticos y perspectivas
El punto
de partida inconmovible de una estrategia revolucionaria es la caracterización
de la declinación o decadencia del capitalismo. Esta ha sido la base
fundamental de los planteos de Trotsky, como antes fueron los de Lenin y
Luxemburgo. El estadio actual de la humanidad confirma esta tesis. Al lado de
la bancarrota mundial se desenvuelven guerras cada vez más atroces y se
anuncian otras aún peores. La declinación irreversible del capitalismo es la
base histórica de la revolución social.
Los
últimos treinta años fueron testigos, sin embargo, de un proceso aparentemente
inverso: la restauración del capitalismo en aquellas naciones en que el capital
fue expropiado por medios revolucionarios. Para un trotskista es un lugar común
decir que se trata de la confirmación de uno de los pronósticos condicionados
más brillantes de Trotsky. Durante medio siglo, sin embargo, el 90% de los
trotskistas ignoró este pronóstico. Ahora lo reivindica como ocurre con un
hecho consumado. Pero como ocurre con los pronósticos realmente fundados, éste
se ha confirmado a su propia manera. Los epígonos lo repiten sin entenderlo.
Es
incuestionable que la restauración capitalista ha abierto un campo enorme a la
expansión del capital mundial, pero al mismo tiempo ha acelerado el
desenvolvimiento de la crisis mundial del capitalismo. China es un mercado para
el capital mundial, pero al mismo tiempo un factor de agudización de la
rivalidad capitalista y de potenciación de la sobreproducción. La restauración
ha ampliado el campo de operaciones del capital al mismo tiempo que la
proyección de su crisis, pero además ha ampliado también el campo de la
revolución mundial por medio de la creación veloz de un proletariado enorme y
de la confiscación de las masas campesinas. Es cierto, asimismo, que el Estado
chino ha pasado a girar en la órbita del capital financiero, pero la
restauración no tiene lugar en un marco colonial, como ocurría en el pasado,
sino bajo el arbitraje de un Estado surgido de una revolución que conserva la
unidad nacional que fuera destruida, en el pasado, durante dos siglos. La
restauración capitalista en China ha sido forjada por un compromiso entre la
burocracia y el imperialismo - no por una imposición unilateral de éste, como
hubiera ocurrido en las condiciones históricas en que Trotsky formuló su
pronóstico para la URSS. En el caso de ésta, la restauración ha sido incluso
mucho más catastrófica, pues a diferencia de China ha lanzado al país al
subdesarrollo. La burocracia ha reemplazado, con la restauración, la pretensión
de construir "el socialismo en un solo país" por las ventajas de la
integración al mercado mundial; se ha desembarazado de su "utopía
reaccionaria", no como resultado de una revolución, sino de una
contrarrevolución. Ha zafado de un nuevo colonialismo para ingresar a una
dependencia financiera que la condena a la alternativa entre caer en ese
colonialismo o salir por medio de la revolución social. La restauración
capitalista ha resultado, en definitiva, en una combinación especial de las
tendencias analizadas en el pronóstico de Trotsky. Sin embargo, esta misma
combinación particular, que permite presentar a la restauración como un éxito
en lugar de una catástrofe, demuestra que su tendencia de conjunto no va en el
sentido de darle al capitalismo un segundo empuje histórico sino de agudizar
sus contradicciones mortales y reabrir la perspectiva de la revolución social.
La V
Internacional
No ha
pasado un año de su anuncio y la V Internacional chavista ya es un embuste. En
su pretensión de superar a la IV Internacional, proclamada por Trotsky, fue
apoyada por trotskistas de `fuste`, como El Militante de Alan Woods, el NPA de
Krivine-Beçansenot y varios morenistas locales. El inspirador de la maniobra,
Hugo Chávez, se está abrazando por estos días con un verdugo de los colombianos
para establecer ‘una seguridad democrática' en la frontera común. Esta V nonata
viene al caso para entender por qué León Trotsky consideró la fundación de la
IV Internacional como una tarea imprescindible e histórica. Se trataba de
defender con los últimos recursos la mayor conquista del proletariado mundial,
el internacionalismo, ante una perspectiva histórica incierta, entre la
barbarie y la posibilidad de una nueva revolución social. La IV Internacional
tiene un lugar histórico único - dejar a las generaciones siguientes los
instrumentos más desarrollados del proletariado mundial en las vísperas de una
tragedia. Ha sobrevivido como programa, o sea como orientación estratégica, a
toda clase de alternativas y tentativas. Es obvio que su apuesta histórica
sigue abierta; no realizó sus objetivos en 80 años, pero sigue presente en miles
de militantes en el mundo entero, muchísimos más de los que la fundaron, y lo
que es más importante, como única representación conciente del socialismo
revolucionario. Es necesario que se zambulla sin reticencias en la crisis
mundial y en las luchas y levantamientos que surgirán de ellos inevitablemente.
El
Programa de Transición
El
proletariado de todos los países no podrá encarar los desafíos que plantea la
bancarrota mundial si no se apropia del programa de transición, el programa de
fundación de la IV Internacional. No salió de la nada - fue el resultado de dos
décadas de lucha en las condiciones de la bancarrota mundial precedente, la que
partió del fin de la primera guerra hasta el comienzo de la segunda. Cada una
de sus reivindicaciones tiene un acta de nacimiento en el combate. El núcleo
poderoso de este programa es el siguiente: cuando la humanidad parece
encontrarse en una situación sin salida; cuando el capital proclama que la
única salida deberá ser pavimentada con el sacrificio sin precedentes de
millones de trabajadores; en circunstancias semejantes, el programa de
transición señala la salida y todos los caminos que conducen a esa salida. El
programa de transición señala las reivindicaciones co-ti-dia-nas (esto es lo
fundamental) que permite a la clase obrera oponerse a las exigencias de
sacrificios del capital y oponer medidas de salida a la crisis a cada una de
estas exigencias. Arma al proletariado, en primer lugar, para una lucha diaria,
frente a conflictos parciales, para toda ocasión de enfrentamiento. Pero, a
diferencia del reformismo vulgar, señala el camino a seguir ante la resistencia
inevitable del capital ante cada una de las reivindicaciones obreras; o sea que
al método para abordar la crisis desde el punto de vista de las masas, le suma,
en íntima relación, el método para quebrar la resistencia del capital a los
reclamos y movilizaciones de los explotados en cada circunstancia de la lucha.
Es a partir del desarrollo de esta experiencia que hace emerger la necesidad de
la lucha por el poder. Con el mismo procedimiento convoca a todas las
organizaciones en lucha a pelear por el poder - a constituir un gobierno obrero
y campesino, un gobierno de trabajadores, que realice las reivindicaciones que
fueron desarrolladas en el curso de la lucha. Frente a estas organizaciones, el
programa presenta a los partidos de la IV Internacional como los consecuentes
en la comprensión del objetivo general: el establecimiento de la dictadura del
proletariado (este es el sentido que para la IV Internacional tiene el gobierno
de la clase obrera) para quebrar definitivamente a la dictadura del capital y
al capitalismo.
¿Quién
puede negar la actualidad de este programa? Los Trotskys del siglo que se ha
iniciado se forjarán por el camino que conduce a su victoria
Por Jorge Altamira
76 aniversario del asesinato de León Trotsky
A 76 años del aniversario de la muerte de León Trotsky, publicamos el texto "Trotsky, virajes y perspectivas", de Pablo Rieznik, aparecido en Prensa Obrera número 1236, del 23 de agosto de 2012.
El título de este artículo -"Trotsky, virajes y perspectivas"- alude una obra de Trotsky escrita inmediatamente después de la revolución de 1905. Resultados y Perspectivas plantea las lecciones de aquella revolución y consagra un pronóstico histórico cuyo rigor y audacia sólo pueden compararse con las del Manifiesto Comunista- como lo señaló Isaac Deutscher en su trilogía biográfica sobre Trotsky.
La sustancia de tal pronóstico alude precisamente a un viraje de la historia contemporánea: "En un país económicamente atrasado -concluyó entonces Trotsky- el proletariado puede tomar el poder antes que un país donde el capitalismo esté desarrollado (…) La Revolución Rusa produce condiciones en las que el poder puede (…) pasar a manos del proletariado antes de que los políticos del liberalismo burgués tengan la oportunidad de mostrar plenamente su genio de estadistas".
Un viraje y una nueva transición histórica. En 1848, en el momento de la publicación del Manifiesto, la luz de la revolución democrática burguesa, que había brillado en el París de 1789, tendía a apagarse por la aparición de la clase obrera, que la burguesía consideraba una amenaza peor que la del viejo orden. Por eso, el Manifiesto Comunista preveía que la "revolución alemana (…) será el preludio de la revolución proletaria". En 1905, el papel del movimiento obrero en la revolución mostraba la consolidación de una nueva era, de otra transición, que ponía en el primer plano la revolución socialista.
Para ese entonces, el bolchevismo ya había dado a este viraje de la historia el sello de su propio programa, cuando Lenin señaló que "el capitalismo se transforma en imperialismo en un momento muy alto de su desarrollo, cuando sus características fundamentales alumbran la transición a un nuevo régimen social". Otra vez: viraje y transición.
Estructura y coyuntura
Los virajes y las transiciones no dominan apenas del “tempo” de la historia, sino también el de la situación política y el de la evolución de la conciencia de las masas. Trotsky vio la capacidad de Lenin para apreciar este proceso, cuando aludió a su excepcional "golpe de vista político". Es decir, su rigor para detectar lo esencial y lo accesorio de las manifestaciones diversas de la situación corriente, lo concreto como la "síntesis de múltiples determinaciones". "Golpe de vista", una suerte de intuición construida sobre la base de la experiencia y tenacidad revolucionaria para captar lo esencial de un panorama político. Una cuestión clave: la evolución de la conciencia de las masas que contribuye a precisar la línea de trabajo específica (táctica).
Ese "golpe de vista político" al servicio de la tarea de llevar a la clase obrera al poder es el que, en su testimonio biográfico (Mi Vida) Trotsky estima como una de las virtudes insuperables de Lenin. Una virtud que modeló al bolchevismo en la coyuntura decisiva de 1917 y en la guerra civil.
El propio Trotsky se esmeró en el desarrollo de este recurso virtuoso para caracterizar los virajes y transiciones que dominaron las convulsivas dos décadas posteriores a la toma del poder por los bolcheviques: las derrotas de la revolución alemana del 18 al 23, la huelga general inglesa del 26 y la revolución china del 27; la trágica derrota sin lucha del PC alemán y el ascenso nazi en Alemania; las vicisitudes de la revolución española y del levantamiento del proletariado francés poco después. Por último, pero decisivo, sus planteamientos políticos en el combate final por la IV Internacional, lo que Trotsky consideró la batalla más importante de su vida, la única en la cual consideró que su tarea era “imprescindible”. Otra transición, aún inacabada, por reconstituir la dirección revolucionaria del proletariado.
Hoy
No está mal recoger, desde el ángulo que aquí indicamos, este legado de Trotsky en la situación presente. En primer lugar, porque estamos en una bisagra de la historia reciente. Es nuestra "transición". Apenas "ayer", en el inicio de los noventa y con el derrumbe de la URSS, el capital proclamaba a tambor batiente una suerte de venganza final contra los arrebatos revolucionarios de la clase obrera. La colonización capitalista de China, según aseguraba la burguesía, consagraba un nuevo siglo de supremacía capitalista.
Ironías de la historia: no había pasado una década cuando, en el propio sudeste asiático, el tsunami de una crisis mundial debutó en Tailandia y arrasó con los “tigres”, que se presentaban como testimonio de la siempre renovada capacidad modernizadora del capital. Fue en 1997, al año siguiente el huracán arrasó con la Rusia en restauración, cuando declaró la cesación de pagos y llevó a la quiebra a gigantes del capital financiero en Wall Street, que habían hecho su agosto con los burócratas y mafiosos reconvertidos. El derrumbe bursátil y la bancarrota se extendieron al territorio norteamericano con el estallido de las llamadas compañías tecnológicas y quiebras de corporaciones monopólicas emblemáticas como WordCom y Enron. Los vientos de la crisis entonces volvieron a tomar dirección al sur, esta vez en nuestro continente. Depredaron a Brasil y se llevaron puesto al gobierno de Fernando Henrique Cardoso, y soplaron con más fuerza en nuestro propio suelo. Es la historia conocida de la mayor depresión económica de la Argentina de todos los tiempos y su estallido final en el Argentinazo.
Ahora sabemos (¡pronosticamos!) que la "recuperación" de la economía global entre el 2002/3 y el 2007 estaba condenada a reventar en proporción a la mayor burbuja especulativa que la alimentó. Y reventó. De tal manera que tenemos una bancarrota sin precedentes que, en dos actos, se extiende desde hace más de quince años. La restauración que pretendía ser la locomotora inédita de una nueva época de ascenso, se revela ahora como una carpa de oxígeno para un enfermo terminal. ¡Cuántas palabras se han gastado para ignorar lo se puede plantear en una simple metáfora! Como un fenómeno de boomerang, pasamos ahora de la desintegración de las viejas economías estatizadas (como supuesto salvataje del capitalismo mundial y reversión de su larga declinación a lo largo de un cuarto de siglo, desde la crisis de los años setenta) a la desintegración de uno de los centros claves del capitalismo mundial, la Unión Europea.
Es la bisagra que invierte el signo de los acontecimientos de más de dos décadas y restituye el hilo de la historia, que incluso cuando parece doblarse, retorcerse y aún retroceder, no se dobla. Bisagras, virajes y transiciones. El tema ha sido examinado, otra vez, en el reciente Congreso del Partido Obrero, el cual ha trazado nuevas perspectivas -a partir de los virajes de la revolución árabe, el derrumbe político de los partidos tradicionales de Grecia y las movilizaciones crecientes en España- a lo que se suma la crisis política de conjunto en América Latina.
Desafìo
En este punto, vale la pena también volver a Trotsky cuando señalaba que la revolución socialista seguiría presente, más allá de los reflujos y las derrotas, en la inevitable tendencia a las crisis capitalistas y al "retroceso de las fuerzas productivas". El viraje de la situación se expresa ahora, luego de una década y media de crisis mundial, en el quebrantamiento sin prisa y sin pausa de los regímenes políticos, desbordados por la bancarrota que no cesa, por huelgas y levantamientos populares -con epicentro en el viejo continente y en el mundo árabe- de un alcance que no tiene precedentes en nuestra historia reciente. Los desplazamientos políticos de las clases, la disolución de las formaciones políticas llamadas tradicionales, los cambios bruscos de frentes están a la orden del día.
En definitiva, la agenda política de la clase obrera, con todos los matices que distinguen a continentes y países, está definida por un período histórico de transición -de crisis económicas, políticas e internacionales, que plantean una nueva acción histórica independiente de las masas. La bancarrota del capital desarrolla un salto en calidad en el plano de la subjetividad política y de la conciencia de las masas. Lo vemos en Grecia. La cuestión del viraje domina el momento político, así como la cuestión de la dirección política de las rebeliones populares. Es como resultado de esta caracterización que el Partido Obrero se convoca a sí mismo y a toda la izquierda revolucionaria -que proclama la lucha por la dictadura del proletariado- a desenvolver una orientación en consecuencia. La razón última del faccionalismo y de la autoproclamación, que sigue caracterizando a gran parte de la izquierda revolucionaria mundial, reside en una incomprensión fatal de la nueva transición histórica. Nuestra forma de rendir homenaje a Trotsky es recuperar uno de sus legados teórico-prácticos fundamentales: cómo construir una política revolucionaria en un período de transición.
Especial 76° aniversario del asesinato de León Trotsky
La actualidad y vigencia de Trotsky, a 75 años de su asesinato
Por Lucas Poy, Publicado en Prensa Obrera, 22/08/15
El martes 20 de agosto de 1940 hacía calor en las afueras del distrito federal de México y las nubes en las montañas anunciaban lluvia cuando "Jacson", un supuesto simpatizante de la IV Internacional, ingresó a la casa de León Trotsky. Ese verano, el planeta entero se hundía en la barbarie de la reacción y la guerra mundial. En mayo el Tercer Reich culminaba la invasión de Bélgica, Holanda y Luxemburgo; en junio, también se quebraba la resistencia francesa. Hacía poco menos de un año el ejército franquista había entrado en Madrid y en Barcelona, sellando la derrota de la revolución española, traicionada desde adentro por la dirección del Partido Comunista y los agentes rusos. La Unión Soviética, por su parte, mantenía su alianza con la Alemania nazi, firmada en el tratado Ribbentrop-Molotov de agosto de 1939. Víctor Serge, un viejo revolucionario ruso, caracterizaba a estos años como "la medianoche del siglo".
La casa de Coyoacán era una fortaleza, y había motivos de sobra para ello. En los últimos meses se habían sucedido los atentados contra la vida de Trotsky: el último episodio había sido un ataque con ametralladoras al cual había sobrevivido casi por azar. El stalinismo había desatado una verdadera cacería contra el viejo revolucionario, que había incluido el asesinato de sus hijos y la persecución a los militantes trotskistas en todo el mundo. La revolución española había mostrado a la dirección soviética los riesgos que corría su dominio burocrático en caso de una intervención revolucionaria de las masas: la política criminal del PC español, que incluyó el asesinato de Andreu Nin en 1937, era una expresión de esta cacería. No por casualidad el visitante de la casa de Trotsky, ese 20 de agosto, era un español: su nombre no era Jacson sino Ramón Mercader -no era un simpatizante de la IV Internacional sino un agente de la policía secreta soviética. Esta vez, los militantes que estaban encargados de la seguridad no sospecharon nada extraño, porque Mercader/Jacson ya había estado en la casa varias veces: fracasado el método del ametrallamiento, la GPU intentaba con una infiltración. Esta vez tuvieron éxito: Jacson aprovechó su oportunidad y atacó a Trotsky en la cabeza con un picahielo. Herido, desde el piso, el viejo revolucionario gritó a sus guardaespaldas que no lo mataran, y que lo obligaran a confesar que era un enviado de Stalin. Trotsky, que tenía entonces sesenta años, murió al día siguiente, el 21 de agosto de 1940.
¿Cómo explicar que en medio de las brutales conmociones de la Segunda Guerra Mundial, la poderosa burocracia soviética encabezada por Stalin, que gobernaba sin oposición en toda la URSS
y controlaba los partidos comunistas de todo el mundo, necesitara terminar con la vida del viejo Trotsky, que vivía aislado en su casa de Coyoacán, en la otra punta del planeta? ¿Cómo explicar que los mismos que se jactaban -no faltan quienes lo siguen haciendo- de caracterizar a los trotskistas como "marginales" desataran semejante cacería con el objetivo de liquidar físicamente a un dirigente de sesenta años?
La obsesión del stalinismo por terminar con la vida de Trotsky confesaba la extraordinaria vigencia histórica del líder revolucionario. A lo largo de su vida, Trotsky no solamente dirigió y protagonizó la primera gran revolución obrera de la historia, sino que contribuyó con aportes fundamentales a la perspectiva revolucionaria de nuestra época.
La revolución en nuestra época
Isaac Deutscher, el principal biógrafo de Trotsky y posiblemente el mayor experto en su obra, sostenía que, después del Manifiesto Comunista, el siguiente documento político comparable era un folleto escrito en 1906, titulado Resultados y perspectivas. Se trata de un texto escrito por Trotsky en la cárcel a la cual había sido enviado luego del aplastamiento de la revolución rusa de 1905, en la cual había jugado un papel dirigente, como presidente del soviet de Petrogrado. Resultados y perspectivas era, en primer lugar, un balance de esa revolución. Pero era, sobre todo, una fenomenal caracterización sobre el carácter de la revolución contemporánea.
Uno de los capítulos, titulado "1789-1848-1905", trazaba un recorrido sobre el papel jugado por la burguesía en esos tres procesos revolucionarios. Mientras en la revolución francesa se había convertido en el caudillo que encabezaba la revolución contra el viejo régimen feudal y aristocrático, liderando tras de sí a todas las clases de la nación, en las revoluciones que sacudieron a Europa en 1848 la burguesía ya había puesto de manifiesto sus limitaciones, lo cual se evidenció en la incapacidad de desenvolver una lucha a fondo contra la aristocracia y la monarquía, frente al temor al naciente proletariado. Según su clásica fórmula, en 1848 la burguesía ya no era capaz de dirigir la revolución, mientras que el proletariado todavía no estaba en condiciones de asumir la tarea. Las cosas habían cambiado en el siglo veinte. El significado profundo de la revolución rusa de 1905 es que abría una nueva etapa, y ponía de manifiesto el carácter de la revolución en nuestra época.
Desde ahora, la revolución era una tarea que solo podía estar en manos de la clase obrera: incluso en aquellos países -como Rusia- que aún no habían completado sus tareas democrático-burguesas. "Es posible", escribía Trotsky a los 26 años, doce años antes de la revolución de octubre, "que el proletariado de un país económicamente atrasado llegue antes al poder que en un país capitalista evolucionado".
La idea de "revolución en permanencia", por supuesto, había estado presente en la elaboración de los marxistas desde mediados del siglo XIX, en particular en la "Circular a la Liga de los Comunistas" escrita por Marx y Engels a partir del balance de las revoluciones de 1848. No podía ser de otro modo, porque las caracterizaciones de los revolucionarios no son sino el producto del desenvolvimiento histórico concreto, el resultado del balance de lo actuado y de las vicisitudes del proceso histórico concreto. El mérito histórico de Trotsky, en esos primeros años del siglo XX, fue darle una forma definida y sistemática a la tesis de la revolución permanente, es decir la idea de que era la clase obrera la que tenía que tomar en sus manos la resolución de las tareas democráticas pendientes y al mismo tiempo desenvolver las tareas obreras y socialistas. No solo la revolución rusa de 1917, sino toda la experiencia histórica del siglo XX -la brutal manifestación de la incapacidad de las burguesías, tanto en los países avanzados como en los oprimidos por el imperialismo, para jugar un papel progresivo-, confirmaron todos los pronósticos de ese breve folleto escrito hace 110 años.
"La victoria completa de la revolución democrática en Rusia", resumía Trotsky años después, "sólo se concibe en forma de dictadura del proletariado, secundado por los campesinos. La dictadura del proletariado, que inevitablemente pondría sobre la mesa no sólo tareas democráticas sino también socialistas, daría al mismo tiempo un impulso vigoroso a la revolución socialista internacional. Sólo la victoria del proletariado de Occidente podría proteger a Rusia de la restauración burguesa". Como diría Roman Rosdolsky, a propósito de un texto de Marx, hay párrafos que solamente pueden leerse conteniendo la respiración.
La revolución traicionada
Semejantes aportes a la actualización del programa revolucionario de nuestra época hubieran alcanzado por sí solas para colocar a Trotsky como uno de los grandes revolucionarios del siglo. Pero, tal como escribió Lenin en su prólogo a El estado y la revolución, "es más agradable y más provechoso vivir la experiencia de la revolución que escribir acerca de ella". Y, en efecto, Trotsky fue, junto con Lenin, el dirigente de esa revolución que conmovió al mundo y llevó por primera vez a la clase obrera al poder. Su actividad entre 1917 y mediados de la década de 1920 fue febril y se desenvolvió en todas las áreas: dirigente del soviet revolucionario, encargado de las negociaciones con los alemanes en Brest, comandante del ejército rojo que venció, contra todos los pronósticos, a las fuerzas combinadas de las potencias imperialistas en la guerra civil, dirigente de la Internacional comunista -ni siquiera le faltó tiempo para escribir sobre historia y hasta sobre literatura.
La lucha contra la burocratización stalinista, y contra las consecuencias que la misma implicaba para las luchas revolucionarias en todo el mundo, ocupa los últimos quince años de vida de Trotsky, marcados por una tremenda actividad política, organizativa y teórica, en distintas etapas, y en condiciones cada vez más desfavorables. En noviembre de 1927 fue expulsado del partido. En enero de 1928 debió exiliarse en Kazajstán. Un año más tarde, en febrero de 1929, fue expulsado de la URSS y se asiló en Turquía. De allí se fue, en 1933, primero a Francia y luego a Noruega, finalmente debió irse a México, en 1937.
No se trataba sólo de dar una lucha política y organizativa contra la burocratización, en todo momento. También de realizar un aporte de envergadura histórica a la comprensión de las causas y la dinámica de la burocratización de la Unión Soviética. Lo extraordinario de La revolución traicionada, publicada en 1936, es su capacidad para no limitarse a una denuncia de la burocratización de la URSS, sino desarrollar una explicación de las causas profundas de esa burocratización. Con ello lograba armar a la vanguardia revolucionaria de una comprensión del proceso que había llevado a la primera revolución victoriosa de la historia a transformarse en un infierno burocrático y totalitario -y, al mismo tiempo, de cómo y por qué la URSS debía ser defendida por esos mismos revolucionarios ante los ataques del imperialismo y los intentos de forzar una restauración del capital. A su vez, el balance de la deriva burocrática de la URSS permitía comprender que la política contrarrevolucionaria de los partidos comunistas de todo el mundo -que volvían atrás la experiencia histórica de 1917 y proponían la alianza con las burguesías "progresistas" y la aberrante idea de "socialismo en un solo país"- no obedecía a un giro "teórico" sino que era expresión de la necesidad de sostener, como fuera, un aparato burocrático.
Se equivocan quienes caracterizan que, debido a la trascendencia de esta lucha, el trotskismo no fue sino la contracara del stalinismo, o que ambas facciones no representan sino una disputa por el liderazgo del poder en la URSS. Se trata, en realidad, de una lucha política decisiva en la cual el mérito histórico de Trotsky fue defender, en contra del aparato burocrático que dominaba lo que todavía era un Estado obrero, la perspectiva revolucionaria que ya había sido formulada a principios del siglo. Hay una coherencia y una continuidad implacable entre Resultados y perspectivas y las obras de Trotsky en su lucha contra el stalinismo: su hilo conductor es la consideración de que solamente la clase obrera es capaz de dar una salida a la catástrofe capitalista, y que ello sólo es posible en un marco internacional, como el del capitalismo:
"El triunfo de la revolución socialista", decía Trotsky en La revolución permanente, de 1929, "es inconcebible dentro de las fronteras nacionales de un país. Una de las causas fundamentales de la crisis de la sociedad burguesa consiste en que las fuerzas productivas creadas por ella no pueden conciliarse ya con los límites del Estado, nacional. De aquí se originan las guerras imperialistas, de una parte, y la utopía burguesa de los Estados Unidos de Europa, de otra. La revolución socialista empieza en la palestra nacional, se desarrolla en la internacional y llega a su término y remate en la mundial. Por lo tanto, la revolución socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo y más amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se consuma con la victoria definitiva de la nueva sociedad en todo el planeta".
La revolución permanente
Pero hay más. La lucha denodada y desigual de Trotsky contra el stalinismo en los años treinta no se limitó a armar a la vanguardia con un balance y una caracterización que le permitieran enfrentar la desmoralización del desbarranque burocrático. Fue también una lucha por construir una dirección revolucionaria y dotarla de un programa.
Desde los años veinte la lucha de Trotsky y sus compañeros contra la degeneración burocrática de la URSS se había estructurado en torno a la llamada Oposición de izquierda, que desarrolló una lucha política tenaz al interior del partido bolchevique y en el seno de otros partidos comunistas del mundo -también en la Argentina- hasta que la represión y las purgas internas lo hicieron prácticamente imposible. El punto de quiebre, el hecho decisivo que llevó a Trotsky a la conclusión de que ya era imposible "reformar" a la III Internacional y que se planteaba la tarea de construir una nueva organización, fue la política llevada adelante por el stalinismo ante el ascenso de Hitler.
Las intervenciones de Trotsky sobre esta cuestión son un capítulo -otro más- extraordinario de la tradición revolucionaria de nuestro siglo: sus llamamientos, una y otra vez, convocaban al proletariado alemán a enfrentar la política criminal que promovía el Partido Comunista, opuesto a una acción conjunta con la socialdemocracia para enfrentar el ascenso del nazismo. La llegada de Hitler al poder, en enero de 1933, sin que la poderosa clase obrera alemana presentara batalla, dejó claro que era necesario construir una nueva organización.
Según Trotsky, la política de la III Internacional era una traición "de un alcance histórico al menos igual a la de la socialdemocracia alemana el 4 de agosto de 1914 [cuando votó a favor de los créditos de guerra para el gobierno imperialista]". Pero las consecuencias de esta traición, había pronosticado en 1931, serían "mucho más desastrosas": "con los nazis en el poder, estaría planteada la exterminación de la elite del proletariado alemán, la destrucción de sus organizaciones, la pérdida de confianza en sus propias fuerzas y en su propio futuro [...] sus consecuencias se extenderían en el tiempo por diez o veinte años, [estableciendo] una ruptura con la herencia revolucionaria, el naufragio de la Internacional Comunista, el triunfo del imperialismo en su forma más odiosa y sanguinaria [...] una guerra contra la URSS [...] un aislamiento terrible y un lucha a muerte en las condiciones más lamentables y peligrosas". Otra vez, un pronóstico que obliga a leer conteniendo la respiración.
La política contrarrevolucionaria de la III Internacional no se detuvo con la derrota alemana. A la desastrosa táctica del llamado "tercer período" -aquella que precisamente había conducido, con el argumento de la lucha contra una socialdemocracia caracterizada como "socialfascista", al triunfo de Hitler- la siguió la no menos desastrosa política del "frente popular", que ataba a los partidos comunistas a una alianza con las burguesías "progresistas" de todos los países. Su rasgo común no debía buscarse, decía Trotsky, en una argumentación política, sino antes bien en el objetivo único de proteger los intereses de una capa burocrática que se había hecho con el poder en la Unión Soviética. Sus consecuencias eran igual de trágicas: la política del frente popular llevaría a la derrota de la revolución española, y con ella abría las puertas a la Segunda Guerra Mundial.
Es en este contexto que tenemos que valorar lo que, según su propia caracterización, fue la tarea más importante que tuvo que desarrollar: construir una nueva dirección revolucionaria. La barbarie stalinista se había ocupado de liquidar a toda la vanguardia revolucionaria de octubre de 1917, por la vía de la quiebra política o del asesinato -a menudo, de ambos. Decía el propio Trotsky, en 1935: "la tarea más importante de mi vida, más importante que el período de la guerra civil o cualquier otro (...) No puedo hablar de indispensabilidad de mi tarea, ni siquiera en el período de 1917 a 1921. Pero ahora mi tarea es "indispensable" en el cabal sentido del término (...) Actualmente no queda nadie, excepto yo, para cumplir la misión de armar a una nueva generación con el método revolucionario".
Fue en esos años de reacción y derrotas, aislado y perseguido por el stalinismo, cuando Trotsky impulsó, incluso contra la opinión de muchos de sus compañeros, la fundación de una nueva internacional. Él mismo valoraba de la siguiente forma la magnitud de la tarea, señalando que en numerosas ocasiones históricas la vanguardia había dado sus primeros pasos en forma aislada de las masas: "el mérito histórico de la IV internacional", apuntaba en 1938, "es haber declarado la vigencia de la revolución en un momento histórico en que se alegaba su retroceso histórico definitivo. Ninguna idea progresista ha surgido de ‘una base de masa', si no, no sería progresista. Sólo a la larga va la idea al encuentro de las masas, siempre y cuando, desde luego, responda a las exigencias del desarrollo social. Todos los grandes movimientos han comenzado como ‘escombros' de movimientos anteriores. Al principio, el cristianismo fue un ‘escombro' del judaísmo. El protestantismo un ‘escombro' del catolicismo, es decir, de la cristiandad degenerada. El grupo Marx-Engels surgió como un ‘escombro' de la izquierda hegeliana. La Internacional Comunista fue preparada en plena guerra por los ‘escombros' de la socialdemocracia internacional. Si esos iniciadores fueron capaces de crearse una base de masa, fue sólo porque no temieron al aislamiento. Sabían de antemano que la calidad de sus ideas se transformaría en cantidad. Esos ‘escombros' no sufrían de anemia; al contrario, contenían en ellos la quintaesencia de los grandes movimientos históricos del mañana".
En su "Programa de transición", Trotsky dejó encendida esta llama, planteando un programa de acción para la etapa de decadencia histórica del capitalismo.
Trotsky hoy
Ya pasaron 75 años de la muerte de Trotsky. Ya no existe la Unión Soviética ni la GPU; los partidos comunistas de la mayor parte del mundo se han literalmente disuelto, en casi todos los casos para integrarse en forma directa, sin siquiera la mediación de su aparato, a variantes "progresistas" de la burguesía. Trotsky y el trotskismo, sin embargo, conservan su vitalidad. Ello no se debe -o no solamente- a la indudable tenacidad y ardor revolucionario que propios y extraños reconocen en los "troskos", sino a que seguimos viviendo en la época histórica que Trotsky caracterizó y para la cual planteó su Programa de transición: la época de decadencia histórica del capitalismo. Su legado es la continuidad y la vigencia histórica del planteo que ofrece este programa como herramienta en una época de senilidad del capitalismo, que desnuda la incapacidad de las burguesías de desarrollar las tareas democráticas en la época del imperialismo, que reclama el carácter internacional de la revolución socialista, que sostiene a la dictadura del proletariado como única salida a la barbarie en que vivimos. Un programa que fue una y otra vez negado: por el stalinismo y su "socialismo en un solo país", primero, y su "eurocomunismo" luego; también, más de una vez, desde las propias filas trotskistas, que no dejaron de sumarse a diferentes "modas" políticas, incluyendo en no pocos casos explícitos llamados a abandonar la consigna de la dictadura del proletariado.
Eppur si muove. En lo más oscuro de la "medianoche" del siglo XX, Trotsky fue quien defendió la continuidad y la vigencia histórica de la revolución de octubre, mostrando a los obreros de todo el mundo, que aquellos que se pretendían erigir como sus máximos exponentes no eran más que los enterradores burocráticos del mayor proceso revolucionario de nuestra época. Fue Trotsky quien caracterizó que la burocratización de los Estados obreros, en caso de que no triunfase una nueva revolución obrera, daría lugar a la restauración del capital. Sin la fenomenal lucha política y teórica de Trotsky en las décadas del veinte y del treinta del siglo pasado, la Revolución de Octubre
hubiera sido identificada, en la conciencia de las generaciones futuras, como sinónimo inseparable de la monstruosidad burocrática.
Con todas sus diferencias, el mundo en el que vivimos, el de la crisis capitalista que no se ha atenuado sino agravado con los procesos de restauración en los ex estados obreros, sigue siendo el mundo de Trotsky. El que las futuras generaciones, manteniendo la continuidad histórica con las anteriores, deberán librar de todo mal, opresión y violencia, y disfrutar plenamente.
La vigencia de un legado
por CHRISTIAN RATH
El 20 de agosto de 1940, León Trotsky recibió en su despacho en la casa fortaleza de Coyoacán, México, a quien se hacía llamar Jackson Monard y suponía un camarada. Este lo mató de un golpe de piqueta en el cráneo. Diez años después se supo oficialmente que Jackson era Ramón Mercader, un sicario español al servicio de una operación criminal organizada por la burocracia de la Unión Soviética. Mercader falleció en Cuba en 1978.
Al momento del asesinato, la II Guerra Mundial llevaba un año y estaba en vigencia el pacto Hitler Stalin, que se desmoronaría poco tiempo después con la invasión nazi a la URSS. El atentado fue obra de los servicios secretos de Stalin, pero tuvo la aquiescencia del imperialismo mundial. Expulsado de Rusia y luego sucesivamente de Turquía, Francia y Noruega, rechazado por Estados Unidos, el revolucionario ruso se había convertido en un paria internacional hasta que la invitación del gobierno nacionalista de Lázaro Cárdenas le abrió las puertas de México.
El 25 de agosto de 1939, casi un año exacto antes de su asesinato y a días del inicio de la Segunda Guerra, la prensa internacional había recogido la advertencia del embajador francés en Alemania al mismísimo Hitler: “Temo que, como resultado de la guerra, haya un solo verdadero vencedor: Trotsky”. Su eliminación estaba en la agenda de la burguesía mundial desde el momento que la guerra imperialista podía llevar a la revolución y la IV Internacional actuaba en esa perspectiva.
León Trotsky era, a esa altura, un solitario sobreviviente de la dirección que había dirigido la Revolución de Octubre en Rusia: de los 24 miembros del CC del Partido Bolchevique en 1917 sólo sobrevivían él, en el exilio, y Stalin, en la cumbre del poder: las dos terceras partes de sus miembros habían sido asesinados por la dictadura del Kremlin.
El asesinato del revolucionario ruso se produjo en un período contrarrevolucionario caracterizado por las victorias del fascismo, la consolidación del estalinismo en la URSS, la derrota de la revolución española. La muerte del fundador de la IV fue, por lo tanto, sólo un episodio de la saga trágica que se inició una década antes y tiene sus jalones previos en los “juicios de Moscú” y en las matanzas de las bandas fascistas y nazis. La función de las masacres no fue ingenua: formó parte de la preparación de la guerra, al eliminar a militantes y dirigentes que podían convertir la guerra imperialista en una guerra civil internacional.
Nadie como León Trotsky vaticinó los crímenes de esta etapa y se erigió en baluarte de la lucha contra el ascenso del fascismo alemán. Fue él quien sostuvo la necesidad de constituir un frente único de los partidos obreros -socialista y comunista- frente a los nazis, denunciando la política criminal de división impulsada por la burocracia del Kremlin. Fue él quien en 1929 -el ascenso de Hitler se producirá en 1933- denunció como “mortal” la política del estalinismo que colocó en un mismo plano a la socialdemocracia y al fascismo y llamó a oponerse a ella desenvolviendo el frente único para aplastar físicamente a las bandas nazis. En 1932 advirtió -¡nueve años antes!- que el ascenso del fascismo en Alemania llevaría a la guerra contra la URSS y fue el primero en advertir el holocausto que se le preparaba al pueblo judío.
Trotsky desenvolvió una lucha implacable contra los Frentes Populares, o sea la alianza de los partidos de izquierda con la “sombra” de la burguesía, que se presentaban en nombre de la lucha contra el fascismo y encadenaban la acción de la clase obrera a los límites insalvables de la burguesía “democrática”. Mucho antes de que las experiencias de Francia y España pavimentaran el camino a la victoria del fascismo y revelaran su función contrarrevolucionaria.
El vaticinio sobre la URSS
“En el futuro será inevitable que (la burocracia del Kremlin) busque apoyo en las relaciones de propiedad… No basta ser director del trust, hay que ser accionista. La victoria de la burocracia crearía una nueva clase poseedora”1. Esto fue escrito en 1936, denunciando la tendencia de la burocracia a restaurar el capitalismo, planteando una encrucijada con dos alternativas: ese retorno o la revolución política que barriera con la burocracia contrarrevolucionaria.
En oposición al planteo del “socialismo en un solo país”, en base al cual la burocracia aseguraba lograr gradualmente su primacía sobre el régimen capitalista, el trotskismo defendió la estrategia de la revolución proletaria internacional desde el momento que “el tractor Ford es tan peligroso como el cañón Creusot, con la diferencia de que este último no puede obrar más que de vez en cuando, en tanto que el primero hace continuamente presión sobre nosotros”.2 Dicho de otro modo, el socialismo no puede subsistir si no le asegura a la sociedad mayor economía de tiempo que el capitalismo. Ello plantea la lucha por extender la revolución internacional, para que la clase obrera pueda apropiarse de las mayores conquistas alcanzadas por la humanidad en lo que refiere al rendimiento del trabajo.
León Trotsky tuvo la perspicacia de comprender, en el momento de auge de la burocracia de la URSS, que ésta era un “accidente histórico” que no podía resistir las contradicciones internacionales entre la clase obrera y la burguesía y, fruto de ellas, se orientaría a “restablecer la propiedad privada” y erigirse ella misma “en una nueva burguesía”. Trotsky planteó que se acentuarían las contradicciones sociales de la autarquía y el aislamiento y la presión de la economía y política mundiales reforzarían las tendencias a la restauración.
Crisis mundial…
Este conjunto de vaticinios, muchos de ellos impresionantes, parten de la comprensión del capitalismo como un régimen social en declinación, que ha desarrollado formas sociales que lo niegan en forma parcial -el monopolio, en oposición al mercado; la socialización de la producción, en oposición a la pequeña propiedad- y desenvuelve una tendencia hacia la catástrofe económica y la disolución de las relaciones sociales. Trotsky lo advierte en las primeras palabras del programa de la IV Internacional: “los requisitos objetivos de la revolución proletaria no sólo están maduros, están comenzando a descomponerse. Sin revolución social en el próximo período histórico toda la civilización humana está amenazada de ser arrastrada por una catástrofe. Todo depende del proletariado y, antes que nada, de su vanguardia revolucionaria. La crisis histórica de la humanidad se reduce a la crisis de la dirección revolucionaria”.
…y crisis de dirección
Cualquier movimiento que se proponga la continuidad del movimiento histórico de lucha de la clase obrera debe partir del legado teórico y práctico del fundador de la IV Internacional. Pero, ¿cuál ha sido la consecuencia y la consistencia de sus seguidores, medidos a la escala histórica de este legado? En el mismísimo debut de la revolución política pronosticada por León Trotsky, la insurrección obrera en Berlín contra el ejército soviético en 1953, la IV Internacional se opuso a la consigna “Fuera el ejército ruso de Alemania” y coronó su declaración con una declaración de confianza en la burocracia (“Viva el renacimiento socialista de la URSS”) , lo que era absolutamente coherente con el planteo de impulsar la revolución a través del estalinismo3. Luego siguió el foquismo, la defensa de la democracia como régimen político, la disolución como organizaciones cuarta internacionalistas, el apoyo a la “V Internacional” chavista4. Por esta evolución política “las direcciones que se reivindican de la IV Internacional fracasaron. Pasaron hacia el campo político de la pequeña burguesía, que es una clase materialmente animada por otros intereses, diferentes de los de la revolución proletaria. La IV no es hoy reconocida por un programa proletario. Se ha identificado con todas las variantes políticas producidas por la pequeña burguesía o creadas por la presión del estalinismo. Ha abandonado, por lo tanto el programa revolucionario”5.
El programa para esta época
La IV Internacional no realizó sus objetivos, pero su crédito histórico sigue abierto, porque expresa la continuidad del movimiento histórico de la clase obrera y enarbola el único programa capaz de armar al proletariado para hacer frente a los desafíos que le plantea la bancarrota capitalista internacional. El Programa de Transición plantea las reivindicaciones cotidianas que le permiten al obrero de cualquier latitud enfrentar la ofensiva capitalista que pretende descargar la crisis sobre sus espaldas y oponerle una salida y un método, que enlaza esas reivindicaciones con la lucha por el poder obrero. Si no se hubiera fundado la IV Internacional, aún en el marco de las gigantescas derrotas y traiciones de la época, la causa del socialismo habría retrocedido en una escala histórica por el asesinato de Trotsky y la Segunda Guerra Mundial. La crisis posterior de la IV no puede anular este acierto.
En un texto sin terminar encontrado en el escritorio de Trotsky ese 20 de agosto de 1940 se podía leer: “frente a nosotros se encuentra una perspectiva favorable, que da todas las justificaciones a la militancia revolucionaria. Hay que aprovechar todas las ocasiones que se presenten y construir el partido revolucionario”.
De eso se trata.
1. León Trotsky: La Revolución Traicionada, Ediciones Crux, Buenos Aires.
2. León Trotsky: El gran organizador de derrotas, Editorial Olimpo.
3. “Declaración del Secretariado Internacional de la IV Internacional”, 25/6/1953.
4. Sobre V Internacional ver Prensa Obrera N° 1.121, marzo de 2010.
5. Jorge Altamira: Teoría marxista y estrategia política, Ediciones Rumbos, Buenos Aires, 1998.
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