Hombre en llamas

Hombre en llamas
Hombre en llamas. Orozco, J.C. Algunos críticos interpretan el mural como una glorificación de los cuatro elementos, otros ven en cada una de las figuras una simbología inherente al hombre mismo: el hombre teológico (que simboliza la tierra), el cual despierta en el mundo y convierte en dioses los fenómenos naturales que no comprende; el hombre metafísico (que simboliza el viento), el cual empieza a tener conciencia, reflexionando sobre la realidad del mundo; el hombre científico (que simboliza el agua), el cual analiza los fenómenos, los objetos, penetrando con su razón en sus esencias. Finalmente el hombre de fuego que debería simbolizar a Prometeo, el que rebelándose a los dioses entregó a los hombres la chispa del fuego, la cual representa al mismo tiempo la razón y la libertad. Así el hombre, ya libre, crea las artes en su constante lucha de superación; el hombre hecho fuego de pasiones, de anhelos de conquistas, pero sobre todo dueño de su vida, de su destino y de sus decisiones.

miércoles, 28 de enero de 2015

CONEXION SAUDITA. ROL ANGLOSAUDI EN EL RIESGO DE GUERRA GLOBAL.




Anticipo de libro El retorno del yihadismo, de Patrick Cockburn. El texto que sigue es un pasaje del primer capítulo del nuevo libro de Patrick Cockburn, corresponsal del diario británico The Independent y uno de los mayores especialistas en el mundo del denominado grupo fundamentalista Ejército Islámico de Irak y el Levante, facción terrorista que hoy domina buena parte del espacio territorial de Siria e Irak.
Patrick Cockburn. Periodista y escritor

Hay algunos aspectos extraordinarios de la actual política estadounidense en relación con Irak y Siria que, sorprendentemente, están llamando muy poco la atención. En Irak, Estados Unidos está realizando ataques aéreos y enviando asesores e instructores para tratar de contrarrestar el avance del Estado Islámico de Irak y Siria (más conocido como ISIS) en Erbil, la capital de Kurdistán. Presumiblemente, Estados Unidos haría lo mismo si el ISIS rodeara o atacara Bagdad. Pero la política de Washington en relación con Siria es exactamente la contraria; en este país los principales adversarios del ISIS son el gobierno sirio y los kurdos sirios en los enclaves del norte. Ambos son atacados por el ISIS, que se han apoderado de cerca de un tercio del territorio, incluyendo la mayor parte de las instalaciones de producción de petróleo y gas. Pero la política de Estados Unidos, de Europa, de Arabia Saudita y de los estados árabes del Golfo es el derrocamiento del presidente Bashar al Assad; también lo es la política del ISIS y los demás yihadistas que están combatiendo en Siria. Si cayera Assad, se beneficiaría el ISIS, ya que está derrotando o absorbiendo al resto de la oposición armada del gobierno sirio. En Washington y en todas partes se supone la existencia de una oposición siria de carácter “moderado” ayudada por EE.UU., Qatar, Turquía y los saudíes. Sin embargo, esta oposición es cada día más débil. Pronto, el nuevo califato se puede extender desde la frontera iraní hasta el Mediterráneo, y la única fuerza que podría hacer que esto no sucediera es el ejército sirio. La realidad de la política estadounidense es apoyar al gobierno de Irak –pero no a Siria– contra el ISIS. Pero una de las razones de que el ISIS haya crecido tan vigorosamente en Irak es por su capacidad de extraer recursos y combatientes de Siria. Ahora, el consenso entre los políticos y los medios en Occidente es que no todo lo que ha ido mal en Irak se debe al primer ministro Nouri al Maliki. En los dos últimos años, políticos iraquíes han estado diciéndome que era inevitable que el apoyo extranjero a la revuelta sunita en Siria terminaría desestabilizando también su país. Eso es lo que está pasando ahora. Mediante sus contradicciones políticas en estos dos países, Estados Unidos ha asegurado el fortalecimiento del ISIS en Irak con combatientes procedentes de Siria, y viceversa. De momento, Washington ha conseguido que no se lo culpabilice por el crecimiento del ISIS haciendo que todas las críticas recaigan sobre el gobierno iraquí. En los hechos, ha creado una situación en la que el ISIS puede sobrevivir y bien podría prosperar. El uso de la marca al Qaeda. En general, el fuerte aumento de la fuerza y la importancia de la organización yihadista en Siria e Irak no han sido reconocidos por los políticos y los medios de Occidente hasta hace muy poco tiempo. Una razón de peso para esto es que los gobiernos occidentales y sus fuerzas de seguridad tienen una visión muy estrecha de la amenaza yihadista y la atribuyen sólo a los grupos controlados por Al Qaeda central, o “corazón” de Al Qaeda. Esto les permite mostrar un imagen mucho más optimista de sus éxitos en la así llamada guerra contra el terror que lo que puede verificarse sobre el terreno. De hecho, la idea de que los únicos yihadistas que deben preocupar son aquellos que tienen la bendición oficial de Al Qaeda es ingenua y engañosa. Ignora el hecho de que, por ejemplo, el ISIS ha sido criticado por Ayman al Zahuahiri, el jefe de Al Qaeda, por ser excesivamente violento y sectario. Después de conversar con un jefe intermedio de los rebeldes yihadistas sirios sin afiliación directa a Al Qaeda en el sudeste de Turquía a comienzos de este año, una fuente me dijo que “todos ellos, sin excepción, expresan su entusiasmo por los ataques del 11-S, y esperan que lo mismo pueda ocurrir en Europa”. Grupos yihadistas cercanos a Al Qaeda han sido etiquetados de moderados después de que sus acciones fueran consideradas como de apoyo a los objetivos políticos de Estados Unidos. En Siria, los estadounidenses respaldaron un plan diseñado por Arabia Saudita para construir un “frente sur” con base en Jordania que sería contrario al gobierno de Assad y, al mismo tiempo, hostil con los grupos rebeldes al estilo Al Qaeda en el norte y el este. La intención es que la poderosa pero supuestamente moderada Brigada Yarmouk, de la que se informa de que hay planes para que reciba misiles antiaéreos de Arabia Saudita, sería la columna vertebral de esta nueva formación de combate. Pero existen numerosos videos que muestran que frecuentemente la Brigada Yarmouk ha combatido codo a codo con la organización JAN, afiliada oficial de Al Qaeda. A partir de esto, es posible que, en el fragor de la batalla, estos dos grupos compartieran municiones y que Washington estuviera permitiendo que armamento avanzado llegase a manos de su enemigo mortal. Algunos oficiales iraquíes confirmaron que ellos han capturado armas sofisticadas que estaban en manos de combatientes del ISIS en Irak, armas que en su origen habían sido proporcionadas por potencias extranjeras a grupos sirios considerados como contrarios a Al Qaeda. El nombre de Al Qaeda siempre se ha aplicado con mucha flexibilidad en la identificación del enemigo. En 2003 y 2004, en Irak, mientras crecía la oposición armada iraquí a la ocupación anglo-estadounidense, los oficiales de EE.UU. atribuyeron a Al Qaeda la mayor parte de los ataques sufridos, a pesar de que muchos de ellos habían sido realizados por grupos nacionalistas y baasistas. Propaganda como ésta ayudó a que cerca del 60 por ciento de los votantes estadounidenses antes de la invasión de Irak se convenciera de la existencia de una conexión entre Saddam Hussein y los responsables de los atentados del 11-S, independientemente de la ausencia de cualquier prueba en ese sentido. En el mismo Irak, y sin duda en todo el mundo musulmán, esas acusaciones beneficiaron a Al Qaeda, porque le atribuyeron un papel exagerado en la resistencia contra la ocupación anglo-estadounidense. Precisamente, en 2011, la táctica opuesta –muy al estilo de las public relations– fue empleada por los gobiernos occidentales en Libia, donde cualquier similitud entre Al Qaeda y los rebeldes respaldados por la OTAN en su lucha contra Muammar Khadafi fue minimizada. Sólo fueron considerados peligrosos aquellos grupos yihadistas que tenían un vínculo operacional directo con el “corazón” de Al Qaeda de Osama Bin Laden. La falsedad de la ficción de que los yihadistas en Libia contrarios a Khadafi eran menos peligrosos que aquellos que estaban en contacto directo con Al Qaeda fue expuesta con crudeza –si bien trágicamente– en septiembre de 2012, cuando el embajador estadounidense Chris Stevens fue asesinado en Bengazi por los yihadistas. Estos yihadistas eran los mismos que habían sido ensalzados por los gobiernos occidentales y los medios por su desempeño en el alzamiento contra Khadafi. Al Qaeda imaginada como la mafia. Más que una organización, Al Qaeda es una idea, y esto viene siendo así desde hace mucho tiempo. Durante un periodo de cinco años a partir de 1996, Al Qaeda ha tenido cuadros, recursos y campos de entrenamiento en Afganistán, pero fueron eliminados después de la derrota del Talibán en 2001. Desde entonces, Al Qaeda se ha convertido sobre todo en una convocatoria, un conjunto de creencias islámicas centradas en la creación de un estado islámico, la imposición de la sharia, el regreso a las costumbres del islam, la sumisión de las mujeres y la guerra sagrada contra otros musulmanes, particularmente los chiitas, a quienes se los considera unos herejes merecedores de la muerte. En el centro de esta doctrina guerrera, el énfasis está puesto en el sacrificio personal y el martirio como símbolos de la fe religiosa y el compromiso. Esto ha resultado en la utilización de creyentes sin entrenamiento, pero fanáticos, para realizar atentados suicidas con explosivos que tienen un efecto devastador. El interés de Estados Unidos y otros gobiernos siempre ha sido el que Al Qaeda sea visto como una organización poseedora de una estructura de mando y control parecida a un mini Pentágono, o como la de la mafia en EE.UU. Esta es una imagen que resulta reconfortante para el público porque los grupos organizados, por demoníacos que puedan ser, pueden ser perseguidos y eliminados, bien mediante la cárcel o bien mediante la muerte. La realidad de un movimiento en el que cada adherente ha sido reclutado por él mismo y que puede aparecer en cualquier lugar geográfico es mucho más alarmante. Hace 12 años, el agrupamiento de militantes realizado por Osama Bin Laden, que no se llamó Al Qaeda hasta después del 11-S, era sólo uno más de los muchos grupos yihadistas. Pero hoy sus ideas y sus métodos predominan entre los yihadistas debido al prestigio y la publicidad que le significó la destrucción de las Torres Gemelas, la guerra de Irak y la demonización que de él hizo Washington cuando lo declaró el origen de todos los males de Estados Unidos. En esos días, disminuyeron las diferencias entre las creencias de los yihadistas, más allá de su vinculación formal con la central de al Qaeda. No debe sorprender a nadie el hecho de que los gobiernos occidentales prefieran la imagen de fantasía de Al Qaeda, ya que eso les permite vanagloriarse de una victoria cuando consiguen asesinar a alguno de sus miembros o aliados más conocidos. A menudo, a los eliminados se les asigna un rango cuasi militar –como “jefe de operaciones”– para realzar la significación de su deceso. La culminación de este aspecto tan publicitado como irrelevante de la “guerra contra el terror” fue el asesinato de Bin Laden en Abbottabad, Pakistán, en 2011. Eso le permitió al presidente Obama pavonearse ante el público por ser el hombre que había presidido la cacería del líder de Al Qaeda. Sin embargo, en la práctica esa muerte ha tenido un impacto muy pequeño en los grupos yihadistas al estilo de Al Qaeda, cuya mayor expansión empezó a darse a partir de entonces. Ignorar el papel de Arabia Saudita y de Pakistán. La decisión clave que permitió la supervivencia de Al Qaeda, y más tarde su expansión, se tomó en las horas que se sucedieron inmediatamente después del los atentados del 11-S. Casi todos los aspectos significativos del proyecto de estrellar aviones contra la Torres Gemelas y otros edificios icónicos de Estados Unidos condujeron hacia Arabia Saudita. Bin Laden era integrante de la elite saudita y su padre había estado estrechamente asociado con la monarquía de Arabia Saudita. El informe oficial del 11-S, citando a su vez un informe de la CIA de 2002, dice que Al Qaeda se financiaba gracias a “una variedad de donantes y fundaciones, principalmente de los países del Golfo y particularmente de Arabia Saudita”. Los investigadores del informe señalan repetidamente que su acceso era limitado o negado cuando se trataba de obtener información en Arabia Saudita. Aun así, aparentemente el presidente Bush nunca consideró siquiera la posibilidad de hacer responsables a los sauditas de lo sucedido. La salida de importantes súbditos sauditas, entre ellos familiares de Bin Laden, de Estados Unidos fue facilitada por el gobierno estadounidense en los días que siguieron al 11-S. Muy significativamente, las 28 páginas del Informe de la Comisión del 11-S referidas a las relaciones entre los atacantes y Arabia Saudita fueron eliminadas y nunca se publicaron, a pesar de que el presidente Obama prometió que se haría; se esgrimió la justificación de la seguridad nacional. En 2009, ocho años después del 11-S, un cable de la secretaria de estado de EE.UU., Hillary Clinton, desvelado por el WikiLeaks, se quejaba de que los donantes de Arabia Saudita constituían la principal fuente de financiación de los grupos terroristas sunitas de todo el mundo. Pero a pesar de esta admisión de carácter privado, Estados Unidos y Europa siguieron mostrándose indiferentes ante los predicadores sauditas cuyo mensaje –que llegaba a millones de televidentes satelitales, seguidores de YouTube y de Twitter–, llamaban al asesinato de los chiitas por su herejía. Estos llamados se hacían mientras las bombas de Al Qaeda asesinaban a los habitantes de los barrios chiitas de Irak. En un subtítulo de otro cable del Departamento de Estado del mismo año se podía leer: “¿Es el anti chiitaísmo la política exterior de Arabia Saudita?”. Hoy día, cinco años después, los grupos apoyados por los sauditas ostentan el récord de extremo sectarismo contra los musulmanes no sunitas. Pakistán, o más bien la inteligencia militar pakistaní bajo la forma de Inteligencia Interservicios (ISI, por sus siglas en inglés), es el otro padre de Al Qaeda –el Talibán– y de los movimientos yihadistas en general. Cuando el Talibán fue deshecho por el bombardeo estadounidense de 2001, sus fuerzas en el norte de Afganistán fueron atrapadas por fuerzas anti Talibán. Antes de su rendición, centenares de miembros de la ICI, instructores militares y asesores fueron evacuados apresuradamente por aire. A pesar de la clarísima evidencia del patrocinio ICI del Talibán, y en general de los yihadíes, Washington se negó a enfrentar a Pakistán, dejando así el camino expedito para el resurgimiento del Talibán después de 2003, algo que ni EE.UU. ni la OTAN han sido capaces de revertir. La “guerra contra el terror” ha fracasado porque no se ha dirigido contra los movimientos yihadistas como un todo ni ha apuntado contra Arabia Saudita y Pakistán, los dos países que han alimentado el yihadismo tanto en su condición de creencia como de movimiento. Estados Unidos no lo hizo porque esos dos países eran aliados importantes y no quiere malquistarse con ellos. Arabia Saudita es un importantísimo mercado para la industria bélica estadounidense y los sauditas han cultivado –en ocasiones, comprado– la amistad de influyentes miembros de su establishmet político. Pakistán es una potencia nuclear con una población de 180 millones de habitantes y un poder militar estrechamente vinculado con el Pentágono. El espectacular resurgimiento de Al Qaeda y sus filiales se ha dado a pesar de la enorme expansión de los servicios de inteligencia estadounidenses y británicos y de sus respectivos presupuestos después del 11-S. Desde entonces, Estados Unidos, seguido de cerca por Gran Bretaña, ha combatido guerras en Afganistán e Irak y adoptado políticas propias de estados policiales, como la prisión sin proceso judicial, la tortura y el espionaje de sus propios ciudadanos. Los gobiernos han llevado adelante su “guerra contra el terror” diciendo sin rodeos que los derechos del ciudadano deben sacrificarse en aras de la seguridad para todos. Frente a estas tan discutibles medidas de seguridad, los movimientos contra los cuales están dirigidas estas medidas no han sido derrotados; muy por el contrario, se han hecho más fuertes. En los tiempos del 11-S, Al Qaeda era una organización pequeña y bastante ineficaz; a comienzos de 2014, los grupos al estilo de Al Qaeda eran numerosos y vigorosos. En otras palabras, la “guerra contra el terror”, cuyas líneas maestras eran las adecuadas para un paisaje político como el del mundo de 2001, ha fallado sin paliativos. Hasta la caída de Mosul, nadie se había apercibido de ello. 

Miradas al SUR. Septiembre 2014



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