Martes, 10 Febrero 2015
La
larga onda de la recesión mundial ha marcado un punto de inflexión en
la historia del capitalismo contemporáneo: ha hundido a las economías
más fuertes, arrasado a las más débiles y disparado el endeudamiento de
las naciones a niveles sin precedentes. Una era de ajustes y austeridad
desconocida en sesenta años, de desestabilización política y social, de
lucha interimperialista por los mercados, ha roto el equilibrio interno
del capitalismo.
Desigualdad y pauperización
El
retroceso de la economía en la zona euro, después de la masacre
perpetrada en los países del sur de Europa, indica la gravedad de la
situación. La desaceleración económica en China, el estancamiento
secular de Japón, la caída de los BRICS y el hundimiento de los precios
de las materias primas, especialmente del petróleo, son señales de que
la espiral descendente continúa y que la ansiada recuperación se aleja.
Otros factores, como la agudización de los enfrentamientos
interimperialistas en Europa y Oriente Medio, tienen efectos muy
perniciosos.
La clase
dominante de todo el mundo ha respondido con una dura ofensiva en estos
años. Los planes de austeridad, los recortes sociales, la epidemia de
despidos, el desempleo crónico, el hundimiento de los salarios… han
generado una gran desigualdad. Ni la revolución productiva de los
últimos cuarenta años, ni la extensión formidable de las nuevas ramas de
la información (internet, fibra óptica, etc.,), ni la globalización de
las relaciones sociales y económicas, han impedido la creciente
pauperización: una pequeña isla de prosperidad, lujo y privilegios
obscenos, rodeada por un océano de miseria. ¿No era esto precisamente lo
que Marx señaló como una ley inevitable de la producción capitalista?
Países
enteros han sido arrasados, a poblaciones enteras se les ha arrancado de
cuajo cualquier esperanza y se les ha empujado al abismo. Este regreso
al capitalismo en su forma más clásica ha golpeado la conciencia de
millones de oprimidos y ha modificado la correlación de fuerzas en la
sociedad. Las formas de dominación en los países capitalistas
desarrollados, que se mantuvieron estables en las últimas décadas,
atraviesan una profunda crisis en medio de un poderoso auge de la lucha
de clases.
EEUU: una recuperación muy tibia
Todas
las miradas se concentran en EEUU. Según el FMI, el crecimiento
estimado para 2015 será del 3,1%. Un dato relevante teniendo en cuenta
la situación de sus competidores, y más después de haber sufrido una
recesión que barrió ocho millones de puestos de trabajo en tan sólo dos
años (2008-2010). Un incipiente aumento de la producción industrial, que
está lejos de restaurar las fuerzas productivas destruidas; un aumento
de su capacidad exportadora (por ejemplo en el sector del petróleo); y
una tasa de creación de empleo que, aunque importante, se apoya en
trabajos precarios, peor pagados y sin derechos, son lo fundamental de
este “éxito”.
En estos
años, la Reserva Federal de EEUU (FED) movilizó más de 12,6 billones de
dólares para reflotar el sector financiero, y durante 2012 y 2013 gastó
85.000 millones mensuales en la compra de bonos de deuda pública (la
famosa expansión cuantitaiva, EQ, que ahora quiere imitar el Banco
Central Europeo). Con esta masa de liquidez monetaria, que ha hecho que
las tasas de interés ronden el 0%, las grandes empresas mantuvieron las
cotizaciones de sus activos en bolsa (mediante la recompra de acciones),
y se impulsó una nueva burbuja financiera que produce dividendos mucho
más jugosos que la actividad en la economía real. Por supuesto, en las
condiciones de estancamiento de otras economías desarrolladas el dólar
se ha convertido de nuevo en moneda refugio para los inversores
internacionales. El índice Dow Jones acumula una revalorización de un
150% desde el primer trimestre de 2009, y los 400 multimillonarios de la
lista Forbes acumulan ya un patrimonio que se acerca al PIB brasileño.
No
obstante, los desequilibrios persisten: la deuda pública se ha disparado
y ronda actualmente los 18 billones de dólares (107% de su PIB); las
deudas personales de la población superan los 16 billones de dólares,
las hipotecarias los 13 billones y las deudas por tarjetas de crédito se
acercan al billón. Sumadas al descenso pronunciado de los salarios y la
pésima calidad del empleo creado, hace bastante complicado el repunte
del consumo interno (que supone un tercio del PIB estadounidense).
La
administración Obama alardea de la creación de empleo: desde una tasa de
paro oficial del 10% en 2009 se ha pasado al 9% en 2011 y al 6% en
septiembre de 2014. Pero estas cifras oficiales esconden otra realidad.
Si en 2008 había 13 millones y medio de personas que no tenían un
trabajo estable, en estos momentos son 19 millones y medio. Esa masa
laboral que trabaja a tiempo parcial y de forma discontinua, se cuenta
en las nuevas estadísticas de empleo creado. Si se utilizaran los
criterios de la UE, el desempleo estadounidense podría superar
perfectamente el 12%.
En estos
años se ha profundizado el proceso de desigualdad social que ya se venía
fraguando en los años de boom. La figura del trabajador pobre en los
EEUU, que depende de los subsidios públicos para sobrevivir, define
perfectamente la “recuperación” norteamericana: “El 60% de los empleos
perdidos durante la recesión era de salarios medios. Desde el fin de la
recesión, un 73% de los empleos que se han creado son de salarios bajos,
definidos como aquellos que pagan 13,52 dólares o menos la hora (…) Los
números revelan que en los últimos 15 años el nivel de vida medio de un
hogar americano típico ha caído entre el 5% y el 10 % [una tendencia
presente ya desde los años de boom]”.[1] Otros datos interesantes los
aporta Vicenç Navarro: “…En manufactura —el sector mejor pagado—, el
salario medio ha pasado de ser de 61.637 dólares en 2008 a 47.171 en
2014. Y este descenso ha ocurrido en todos los sectores. Mientras, el
crecimiento anual de los beneficios empresariales ha sido de un 20,1%
desde 2008, y la capacidad adquisitiva del conjunto de las familias
trabajadoras ha subido sólo un 1,4% por año desde entonces”.
En 2007,
26 millones de estadounidenses recibían bonos de alimentos; hoy el
número es casi de 48 millones. A los socialdemócratas les gusta alabar
el modelo Obama, pero la administración demócrata ha capitulado igual
que ellos. Estas circunstancias explican el desgaste tan fuerte del
gobierno, la incapacidad de los republicanos para generar ninguna
ilusión entre las masas (sus recetas son todavía más salvajes) y el auge
de las movilizaciones de masas. No sólo es la persistencia de un Estado
racista donde la brutalidad policial queda impune, es el incremento de
la pobreza entre la clase trabajadora estadounidense, y la
proletarización de amplios sectores de la otrora conservadora clase
media estadounidense.
La gran recesión en Europa
En
Europa las previsiones de los teóricos de la austeridad se han
estrellado contra un muro. No se trata de la periferia europea, son los
países centrales los que muestran un cuadro de agotamiento y retroceso.
Italia entró de nuevo en recesión en 2014, Francia se desliza hacia
ella, y Alemania frena en seco su economía. La desaceleración de China,
la guerra en Ucrania, la caída de la demanda del sur europeo, afecta
directamente a las economías centrales: la producción industrial
mantiene un pulso débil, el paro aumenta, y hay deflación en muchos
países. Parece una broma, pero el Estado español es la economía de la
zona euro con mejor previsión de creación de empleo y de avance del PIB
para 2015 ¡Así están las cosas!
Este
conjunto de factores ha llevado al Banco Central Europeo (BCE) a emular a
la FED y al gobierno japonés con un nuevo plan de “expansión
cuantitativa, EQ”. La idea es saturar con un billón de euros el mercado
financiero a través de la compra de deuda soberana y títulos bancarios;
así se devaluaría más la moneda única para facilitar las exportaciones,
aumentaría la inflación para salir de la depresión de precios que
amenaza los beneficios, y los bancos podrían hacer fluir el crédito a
los particulares y a las empresas reactivando el consumo y la
producción. ¿Lo conseguirán?
Lo
primero a recordar es que este tipo de maniobras no son nuevas. El 9 de
mayo de 2010 se aprobó un paquete de 750.000 millones de euros (500.000
aportados por la UE y 250.000 del FMI) para garantizar la estabilidad
financiera en Europa. Crearon el Fondo Europeo de Estabilidad Financiera
(FEEF) con el que se “rescató” a Grecia, Portugal, Irlanda, etc., o,
más correctamente, con el que se garantizó a los bancos alemanes,
franceses, y británicos el cobro de sus préstamos usureros. El 21 de
diciembre de 2011, el BCE prestó otros 489.000 millones de euros a 523
bancos para un periodo de tres años a un interés del 1%. En septiembre
de 2012, con las economías italiana y española acosadas por una prima de
riesgo en máximos, Draghi abrió la barra libre de compra de deuda
pública soberana (a través del llamado Mecanismo Europeo de Estabilidad,
MEDE) por valor de medio billón de euros.
Teniendo
en cuenta los precedentes y los problemas de fondo, es bastante probable
que el nuevo plan fracase. La liquidez monetaria por sí sola no
resuelve nada. Es más, estas expansiones cuantitativas, como ya ha
ocurrido en el caso de EEUU o Japón, no se traducen en un aumento de la
inversión productiva. Si el ciclo de la sobreproducción todavía
persiste, si los mercados mundiales se contraen, si China se desacelera,
si los exportadores de materias primas sufren la caída de los precios y
el consumo sigue en encefalograma plano… ¿Por qué motivo este tipo de
actuaciones, que no van a la raíz, van a detener la espiral descendente?
A
mediados de 2014 los activos financieros acumulados mundialmente
equivalían a 198 billones de dólares. Según la consultora corporativa
Thompson Reuters, las 5.100 corporaciones más grandes del mundo disponen
en la actualidad de una reserva combinada de unos 5,7 billones de
dólares, equivalentes a la mitad del PIB anual de Estados Unidos. Estas
reservas no forman parte de complejos balances contables sino que se
componen de efectivo y deuda a corto plazo, es decir que son de
inmediata disponibilidad. La consultora británica Deloitte, con un
universo más restringido de 1.000 compañías, también ha llegado a la
conclusión de que las grandes multinacionales ni invierten ni
reinvierten. En declaraciones a la BBC, el director global de Fusiones
de Deloitte, Sriram Prakash, señaló el problema: “la intervención del
Estado ya ha hecho todo lo que podía para que la economía global se
recuperara. Es la hora del sector corporativo [del sector privado]. El
problema es que en los últimos cinco años el crecimiento económico
mundial ha sido muy lento y el sector está esperando mejores noticias
que no terminan de llegar, en parte porque las mismas corporaciones no
invierten, esperando la llegada de buenas noticias”. ¡Ahí está la madre
del cordero! ¿Para qué invertir? ¿Para qué pasar por el doloroso proceso
de la producción de mercancías cuando el mercado está bloqueado, si se
pueden hacer grandes negocios con la deuda pública, la especulación
financiera y las materias primas?
Días
antes del anuncio de Draghi saltaba a la palestra una información
“desconcertante”: la remuneración de la deuda pública en una serie de
países de la UE estaba en tasas negativas, es decir, los inversores
pagaban por invertir en deuda. “Los mercados financieros se mueven a
veces por directrices tan alejadas de la lógica económica que pueden
llevar al absurdo de que los inversores no sólo no obtengan beneficios
por prestar dinero, es decir, por comprar bonos o letras, sino que
incluso lleguen a perder una parte por ello y, aun así, sigan poniendo
más y más dinero en esos pedazos de papel (…) Alemania, Francia,
Holanda, Finlandia, Austria, Bélgica y Eslovaquia son los siete países
de la zona euro que ganan dinero por tomarlo prestado a dos años y,
fuera de la moneda única, Suiza, Suecia y Dinamarca …” [2] ¿No es ésta
la confesión más rotunda de la decadencia que corroe al sistema
capitalista?
La crisis
no se ha despejado pero sí hace que la expansión crediticia, que fue su
espoleta, se reproduzca, se refuerce, y nuevas burbujas especulativas
crezcan sin aparente límite. Paralelamente, la eliminación de fuerzas
productivas se desenvuelve a través de más fusiones empresariales y
concentración del capital. Según Thomson Reuters, en el primer
cuatrimestre de 2014 el valor total de las fusiones mundiales superó los
1,2 billones de dólares (aproximadamente 870.000 millones de euros), el
nivel más elevado desde 2007 (1,4 billones de dólares). Un estudio de
la Universidad de Zurich3, señala que un grupo de 147 corporaciones
trasnacionales controla en la práctica la economía global, la mayoría
localizada en Estados Unidos y en menor medida en Europa. Este es el
auténtico problema de fondo.
El ciclo económico y las perspectivas revolucionarias
El
foco de la recesión persistente se ha posado en naciones que en
periodos no tan lejanos actuaron como motores de la economía mundial.
Japón es un ejemplo paradigmático. La recaída de la economía japonesa en
el tercer trimestre de 2014, plasmó el fracaso de la llamada Abenomics.
Miremos donde miremos, sólo hay una tendencia a la agudización de las
contradicciones económicas y políticas del sistema capitalista. Si
observamos el cuadro de las llamadas naciones emergentes (BRICS) la
dinámica es de claro descenso. Turquía se ha visto envuelta en la mayor
oleada de movilizaciones obreras y juveniles de los últimos treinta
años, mientras su economía se deprime; en Brasil, la lucha de masas está
revelando una sociedad marcada a fuego por la desigualdad, antes
incluso de que su economía entre en recesión. En Sudáfrica se han
producido encarnizadas luchas obreras en estos años, y la crítica contra
el gobierno tripartito ANC, COSATU y SACP (Partido Comunista) ha
traspasado el nivel de la marginalidad.
La
situación en los otros emergentes no es mejor. Diferentes informes
señalan que la economía rusa podría caer más de 1,5% en 2014 y hasta un
4,8% en 2015. El hundimiento del precio del petróleo (40% en los últimos
cinco meses) ha puesto al desnudo los desequilibrios de una economía
que se basa en la exportación de materias primas energéticas, y que
gracias a ello consiguió captar un fuerte volumen de financiación
externa que ha endeudado al país (deuda que está denominada en moneda
extranjera, no en rublos). Ahora que las perspectivas se truncan, y que
la guerra en Ucrania ha desatado las represalias de occidente, los
capitales huyen hacia refugios más seguros y la moneda nacional, el
rublo, sufre el desplome. La inflación supera los dos dígitos, y Putin
ha anunciado un plan de ajuste del gasto público del 10%, una bomba de
tiempo que tarde o temprano reactivará la lucha de clases. La falta de
confianza de los capitalistas rusos habla por sí sola: se calcula que en
2014 la fuga de capitales al exterior se acerca a los 100.000 millones
de euros.
Como las
economías emergentes, los países de América Latina que han vivido
procesos revolucionarios o situaciones prerrevolucionarias, y que ahora
cuentan con gobiernos reformistas de izquierdas (Argentina, Ecuador,
Bolivia y Venezuela) también salen perjudicados por la caída de los
precios de las materias primas, la desaceleración de China y los flujos
cambiantes del capital financiero y especulativo (que se repatrían a
EEUU y Europa en busca de más seguridad). La clase obrera y los más
pobres, que siguen siendo la base social de estos gobiernos, pagarán el
precio de la desaceleración económica, una situación que aprovechará la
reacción para aumentar la presión y el sabotaje.
La otra
gran potencia que parecía sortear todos los obstáculos, China, se
encuentra ante grandes dificultades y desafíos. El crecimiento económico
lleva dos años por debajo del 8%, y cerrará 2014 en torno al 7%. Los
síntomas de sobreproducción son evidentes y los intentos de estabilizar
una nueva clase media de cientos de millones de consumidores, capaces de
compensar la contracción de la demanda exterior, están por concretarse.
La caída de los precios del petróleo y de las materias primas
energéticas permitirá abaratar la factura y reducir los costes de
producción, pero estos factores no son suficientes. China no puede
desacoplarse de la realidad mundial, mientras que las ingentes
cantidades de liquidez inyectadas para mantener el crecimiento de la
economía han provocado una gigantesca deuda (el stock total de crédito
en China supera el 220% del PIB, 23 billones en 2012).
Resumiendo.
El Banco Mundial (BM) en su informe semestral de enero de 2015, prevé
que la economía crezca un 3%, por debajo del 3,4% que había estimado
anteriormente. “La economía global está en una coyuntura
desconcertante”, señaló Kaushik Basu, economista jefe del BM, “marcha
con un solo motor, el estadounidense y esto no pinta un panorama mundial
color de rosa (…) es un desafío tratar de realizar proyecciones
económicas”. Por su parte, la directora gerente del FMI, Christine
Lagarde, también ha entrado al debate: “¿Deberían los bajos precios del
petróleo y una recuperación más fuerte en Estados Unidos hacernos estar
más optimistas sobre las perspectivas de la economía mundial? La
respuesta más probable es no”. Lagarde también advirtió que la zona euro
y Japón siguen en riesgo de registrar un largo periodo de crecimiento
débil (en el caso de la zona euro ningún organismo vaticina un aumento
mayor del 1%) y una inflación peligrosamente baja. En su documento sobre
las perspectivas para 2015, el FMI sólo habla de un crecimiento digno
de tal nombre para EEUU, un 3,6% en 2015. El pronóstico para Alemania es
del 1,3%, para Francia del 0,9% y para Italia del 0,4%. Para Japón,
cuya economía entró en recesión en el tercer trimestre de 2014, las
expectativas siguen siendo mínimas: un 0,6%.
La
recuperación también está comprometida por la influencia de factores
geopolíticos. La burguesía norteamericana sigue siendo una clase muy
poderosa, con una gran fuerza política, económica, militar, y acumula
una gran experiencia histórica. Pero en los últimos años, precisamente
cuando pensaba que su poderío era más irresistible, ha sufrido reveses
muy fuertes. Ha perdido influencia en el mundo; se ha debilitado frente a
China en Oriente Medio, en Asia y América Latina; y en Europa del Este
se ha enfrentado a Rusia por la hegemonía en Ucrania sin conseguir sus
objetivos.
La
quimera de más coordinación internacional y diplomacia para resolver la
pugna entre las grandes potencias se hace patente. Los planes de rearme
de China, Rusia, EEUU, la expansión de la OTAN a Europa del Este, el
crecimiento del presupuesto militar de Japón, no son accidentes ni
anécdotas,[3] sino el síntoma de una lucha despiadada. En 2013 se
registraron 35 choques armados y se superó, por primera vez desde la
Segunda Guerra Mundial, la cantidad de personas forzadas a huir de sus
países con 51,2 millones de refugiados en todo el mundo. Toda la
barbarie de la que es capaz el imperialismo se vive en decenas de
países, destruidos a bombazos y sometidos a una ruina completa.
El
material inflamable en los cimientos del sistema sigue siendo muy
abundante. Esto que para los marxistas es claro, para otros que se
sitúan en el campo de la burguesía también empieza a serlo.
Recientemente Paul Krugman escribió un artículo que tituló El valle de la desesperación:
“(…) Todo esto hace pensar en algunas analogías históricas
desagradables. Recordemos que esta es la segunda vez que hemos
experimentado una crisis financiera global seguida por una prolongada
recesión en todo el mundo. Entonces, como ahora, cualquier respuesta
eficaz a la crisis fue bloqueada por las élites que exigían presupuestos
equilibrados y divisas estables. Y el resultado final fue dejar el
poder en manos de personas, por así decirlo, no muy agradables. No estoy
insinuando que estemos al borde de repetir al pie de la letra la década
de 1930, pero sí que afirmaría que los líderes políticos y de opinión
tienen que afrontar el hecho de que nuestro actual sistema mundial no
está funcionando bien para todos (…) Y van a pasar cosas malas si no
hacemos algo al respecto”.
La curva
básica de las fuerzas productivas se inclina hacia abajo en su conjunto,
y la inestabilidad política crónica, la polarización social, la
desigualdad, la crisis de la democracia burguesa, las guerras y las
revoluciones, dan el tono a este periodo histórico.
[1] Tyler Cowen, economista de la Universidad de George Mason y autor de Average is over, Adiós al ingreso promedio.
[3] Rusia
gastará 503.000 millones de euros entre 2011-2020 para renovar el 70%
de su armamento. Según datos del Instituto de investigación sobre la paz
de Estocolmo (SIPRI) el presupuesto militar mundial de 2012 (el último
disponible) es casi de 1,26 billones de euros, el 2,5% del PIB mundial y
mayor que antes de 1989.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario