Cualquier persona con un mínimo de criterio puede darse cuenta de la relación que existe entre la delincuencia de un país, con la falta de educación, falta de oportunidades y la desigualdad social del mismo. Pero como estamos en Chile, donde la educación obedece sólo a la lógica de mercado y con medios de información monopolizados por la elite, que se dedican las 24 horas del día a alienar a la población para que defiendan sus intereses, utilizar el “criterio” como argumento no es suficiente.
Cuando sólo se habla de combatir la delincuencia aplicando “mano dura” para “meterlos a todos presos”, que es el discurso de la clase dominante, de lo que se habla en el fondo es de encarcelar pobres. Situación que queda en evidencia cuando vemos la cerrada defensa que hacen cuando uno de los suyos comete delitos, dirán que son “faltas” o incluso “persecución política”. El año pasado Sergio Muñoz, Presidente de la Suprema, realizó un análisis sorpredentemente claro sobre la desigualdad/delincuencia, y de como constantemente se criminaliza la pobreza.
“No podemos seguir hablando de la violencia que genera la delincuencia, sin hablar de todas las situaciones que generan violencia en nuestra sociedad. La delincuencia sólo es un fenómeno que surge a raíz de las desigualdades en la sociedad imperantes y que no atendemos. Estamos criminalizando la pobreza en muchos aspectos”
Un completo artículo de Ciper, va más allá del criterio personal y realiza un análisis teórico, mostrando evidencia empírica de la relación entre desigualdad y delincuencia, citando incluso a economistas de la Escuela de Chicago, pilares de los “pensadores” de la extrema derecha del país. Parte del artículo señala:
A pesar de lo álgido de esta discusión, poco se dice respecto de por qué es importante disminuir la desigualdad y si de verdad vale la pena el esfuerzo, en particular si la pobreza es cada vez menor. Para dar una idea de lo pertinente de esta pregunta, el índice de Gini de Afganistán, según el Banco Mundial, es de 27, mientras que el de Chile es 54. Es decir, Chile es mucho más desigual que Afganistán. Sin duda, se puede argumentar que la desigualdad es inmoral e injusta, pero eso depende de lo que creamos qué es justo y moral, algo que recae en la esfera de la filosofía o la política o, incluso, la Religión. Mi intención, mucho más modesta, es presentar algunos elementos de juicio a partir de lo que el análisis económico ha dicho sobre este fenómeno. Sin pretensión de misterio, diré de inmediato que la respuesta desde la perspectiva de la economía es: sí, importa disminuir la desigualdad porque afecta negativamente variables que inciden en la productividad.
Para comenzar, la desigualdad aumenta la tasa de criminalidad. Gary Becker, premio Nobel de Economía, publicó en 1968 un artículo en el cual investiga las motivaciones económicas para cometer un crimen. Si los ingresos de la actividad criminal son mayores a los de un trabajo legítimo, el individuo escogerá delinquir. El valor esperado de la actividad criminal depende del botín obtenido, la probabilidad de ser atrapado y el esfuerzo. Mientras más difícil sea delinquir y mayor la probabilidad de ser atrapado, bajará el valor esperado de la delincuencia y, por lo tanto, habrá menos crímenes, pero si aumenta el botín, mayor será el valor esperado y habrá más delincuencia.
Si la riqueza del país sube por igual, todos serán más ricos, de manera que habrá más individuos cuyo ingreso supere el umbral y, por esa razón, habrá menos delincuencia.Pero si el ingreso de los más ricos aumenta en mayor proporción que el de los más pobres, el valor esperado de la delincuencia se incrementa, pues aumentará el botín, es decir, el ingreso de los más ricos, pero no así el de los más pobres, haciendo más atractivas las actividades ilícitas. Por lo tanto, según uno de los pilares de las Escuela de Chicago, a mayor desigualdad, mayor será la criminalidad.
Samuel Bowles en su libro de 2012 “The New Economics of Inequality and Redistribution”, presenta una taxonomía de las fallas de coordinación asociadas a la desigualdad que redundan en una disminución de la productividad social. Este tipo de problemas tiene como consecuencia que los resultados obtenidos de un proceso de interacción entre individuos sean menos deseables para alguien y no mejores para nadie. En jerga de economista: el resultado es ineficiente desde la perspectiva de Pareto. Algunos ejemplos son la contaminación, el desempleo o la congestión vehicular. Para Bowles, la desigualdad será un impedimento para el desempeño económico cuando se transforma en un obstáculo para mejoras en la gobernanza que fomenten y estimulen la productividad. Existen tres circunstancias, según este autor, bajos las cuales esto se verifica.
Si la distribución de la propiedad de activos es altamente desigual. En este contexto los trabajadores, que no son propietarios de los activos, no tienen incentivos para comportarse de forma que la productividad aumente, pues estos comportamientos son difíciles de monitorear y, por lo tanto, que se lleven a cabo o no depende en parte importante de la motivación intrínseca. En particular, estos comportamientos tienen que ver con el trabajo duro, la mantención del capital físico, la disposición a asumir riesgos, la adquisición y uso de conocimiento y otros similares. De esta manera, la elevada concentración de la propiedad de los bienes de capital es ineficiente.
Que la desigualdad afecta negativamente la productividad, también está relacionado con los elevados costos que implica mantener una sociedad con estructuras institucionales que sostienen elevados niveles de inequidad. Sociedades altamente desiguales requieren comprometer una parte importante de recursos con la finalidad de hacer cumplir las normas y reglas: policías, cárceles, guardias privados o supervisores laborales, los que corresponden a un porcentaje significativo de la mano de obra productiva. Incluso, en estos casos podría observarse un nivel de desempleo de equilibrio mayor, debido a que éste se usaría como una amenaza para hacer cumplir los contratos. En uno de sus libros, Bowles compara el porcentaje de fuerza de trabajo destinada a la seguridad de una serie de países con un nivel de ingreso per cápita similar, pero con un distinto nivel de desigualdad. El resultado no deja espacio a la ambigüedad: los países con mayor desigualdad destinan una mayor fracción de la fuerza laboral a la seguridad.
En conclusión, la desigualdad tiene un efecto negativo en variables que afectan al crecimiento económico. Esto se respalda en el análisis teórico y también en evidencia empírica. Dada la naturaleza no lineal de esta relación, debe existir un nivel óptimo de desigualdad, distinto de cero, que maximice el bienestar social y, aunque desconozcamos la cifra, dista de ser el elevado nivel que se observa en nuestro país. Por lo tanto, sólo desde el punto de vista de la economía, es perentorio hallar la forma de reducir la desigualdad si queremos seguir creciendo y optar al desarrollo económico que tanto anhelamos.
¿CUÁNTOS AÑOS LLEVAN ENCERRANDO POBRES Y SIGUE EXISTIENDO DELINCUENCIA?
¿NO SERÁ HORA DE ACABAR CON EL PROBLEMA DE FONDO?
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