Hombre en llamas

Hombre en llamas
Hombre en llamas. Orozco, J.C. Algunos críticos interpretan el mural como una glorificación de los cuatro elementos, otros ven en cada una de las figuras una simbología inherente al hombre mismo: el hombre teológico (que simboliza la tierra), el cual despierta en el mundo y convierte en dioses los fenómenos naturales que no comprende; el hombre metafísico (que simboliza el viento), el cual empieza a tener conciencia, reflexionando sobre la realidad del mundo; el hombre científico (que simboliza el agua), el cual analiza los fenómenos, los objetos, penetrando con su razón en sus esencias. Finalmente el hombre de fuego que debería simbolizar a Prometeo, el que rebelándose a los dioses entregó a los hombres la chispa del fuego, la cual representa al mismo tiempo la razón y la libertad. Así el hombre, ya libre, crea las artes en su constante lucha de superación; el hombre hecho fuego de pasiones, de anhelos de conquistas, pero sobre todo dueño de su vida, de su destino y de sus decisiones.

domingo, 31 de julio de 2016

El trabajo académico, el asalto neoliberal a las universidades y cómo debería ser la educación

noam

Noam Chomsky: El trabajo académico, el asalto neoliberal a las universidades y cómo debería ser la educación

Sobre la contratación temporal de profesores y la desaparición de la carrera académica.
Eso es parte del modelo de negocio. Es lo mismo que la contratación de temporales en la industria o lo que los de Wall Mart llaman “asociados”, empleados sin derechos sociales ni cobertura sanitaria o de desempleo, a fin de reducir costes laborales e incrementar el servilismo laboral. Cuando las universidades se convierten en empresas, como ha venido ocurriendo harto sistemáticamente durante la última generación como parte de un asalto neoliberal general a la población, su modelo de negocio entraña que lo que importa es la línea de base. Los propietarios efectivos son los fiduciarios (o la legislatura, en el caso de las universidades públicas de los estados federados), y lo que quieren mantener los costos bajos y asegurarse de que el personal laboral es dócil y obediente. Y en substancia, la formas de hacer eso son los temporales. Así como la contratación de trabajadores temporales se ha disparado en el período neoliberal, en la universidad estamos asistiendo al mismo fenómeno. La idea es dividir a la sociedad en dos grupos. A uno de los grupos se le llama a veces “plutonomía” (un palabro usado por Citibank cuando hacía publicidad entre sus inversores sobre la mejor forma de invertir fondos), el sector en la cúspide de una riqueza global pero concentrada sobre todo en sitios como los EEUU. El otro grupo, el resto de la población, es un “precariado”, gentes que viven una existencia precaria.
Esa idea asoma de vez en cuando de forma abierta. Así, por ejemplo, cuando Alan Greenspan testificó ante el Congreso en 1997 sobre las maravillas de la economía que estaba dirigiendo, dijo redondamente que una de las bases de su éxito económico era que estaba imponiendo lo que él mismo llamó “una mayor inseguridad en los trabajadores”. Si los trabajadores están más inseguros, eso es muy “sano” para la sociedad, porque si los trabajadores están inseguros, no exigirán aumentos salariales, no irán a la huelga, no reclamarán derechos sociales: servirán a sus amos tan donosa como pasivamente. Y eso es óptimo para la salud económica de las grandes empresas. En su día, a todo el mundo le pareció muy razonable el comentario de Greenspan, a juzgar por la falta de reacciones y los aplausos registrados. Bueno, pues transfieran eso a las universidades: ¿cómo conseguir una mayor “inseguridad” de los trabajadores? Esencialmente, no garantizándoles el empleo, manteniendo a la gente pendiente de un hilo que puede cortarse en cualquier momento, de manera que mejor que estén con la boca cerrada, acepten salarios ínfimos y hagan su trabajo; y si por ventura se les permite servir bajo tan miserables condiciones durante un año más, que se den con un canto en los dientes y no pidan más. Esa es la manera como se consiguen sociedades eficientes y sanas desde el punto de vista de las empresas. Y en la medida en que las universidades avanzan por la vía de un modelo de negocio empresarial, la precariedad es exactamente lo que se impone. Y más que veremos en lo venidero.
Ese es un aspecto, pero otros aspectos que resultan también harto familiares en la industria privada: señaladamente, el aumento de estratos administrativos y burocráticos. Si tienes que controlar la gente, tienes que disponer de una fuerza administrativa que lo haga. Así, en la industria norteamericana más que en cualquier otra parte, se acumula estrato ad administrativo tras estrato administrativo: una suerte de despilfarro económico, pero útil para el control y la dominación. Y lo mismo vale para las universidades. En los pasados 30 0 40 años se ha registrado un aumento drástico en la proporción del personal administrativo en relación el profesorado y los estudiantes de las facultades: profesorado y estudiantes han mantenido la proporción entre ellos, pero la proporción de administrativos se ha disparado. Un conocido sociólogo, Benjamin Ginsberg, ha escrito un muy buen libro titulado The Fall of the Faculty: The Rise of the All-Administrative University and Why It Matters (Oxford University Press, 2011), en el que se describe con detalle el estilo empresarial de administración y niveles burocráticos multiplicados. Ni que decir tiene, con administradores profesionales más que bien pagados: los decanos, por ejemplo, que antes solían miembros de la facultad que dejaban la labor docente para servir como gestores con la idea de reintegrarse a la facultad al cabo de unos años. Ahora son todos profesionales, que tienen que contratar a vicedecanos, secretarios, etc., etc., toda la proliferación de estructura que va con los administradores. Todo eso es otro aspecto del modelo empresarial.
Pero servirse de trabajo barato –y vulnerable— es una práctica de negocio que se remonta a los inicios mismos de la empresa privada, y los sindicatos nacieron respondiendo a eso. En las universidades, trabajo barato, vulnerable, significa ayudantes y estudiantes graduados. Los estudiantes graduados son todavía más vulnerables, huelga decirlo, La idea es transferir la instrucción a trabajadores precarios, lo que mejora la disciplina y el control, pero también permite la transferencia de fondos a otros fines muy distintos de la educación. Los costos, claro está, los pagan los estudiantes y las gentes que se ven arrastradas a esos puestos de trabajo vulnerables. Pero es un rasgo típico de una sociedad dirigida por la mentalidad empresarial transferir los costos a la gente. Los economistas cooperan tácitamente en eso. Así, por ejemplo, imaginen que descubren un error en su cuenta corriente y llaman al banco para tratar de enmendarlo. Bueno, ya saben ustedes lo que pasa. Usted les llama por teléfono, y le sale un contestador automático con un mensaje grabado que le dice: “Le queremos mucho, y ahí tiene un menú”. Tal vez le menú ofrecido contiene lo que usted busca, tal vez no. Si acierta a elegir la opción ofrecida correcta, lo que escucha a continuación es una musiquita, y de rato en rato una voz que le dice: “Por favor, no se retire, estamos encantados de servirle”, y así por el estilo. Al final, transcurrido un buen tiempo, una voz humana a la que poder plantearle una breve cuestión. A eso los economistas le llaman “eficiencia”. Con medidas económicas, ese sistema reduce los costos laborales del banco; huelga decir que le carga los costos a usted, y esos costos han de multiplicarse por el número de usuarios, que puede ser enorme: pero eso no cuenta como coste en el cálculo económico. Y si miran ustedes cómo funciona la sociedad, encuentran eso por doquiera. Del mismo modo, la universidad impone costos a los estudiantes y a un personal docente que, además e tenerlo apartado de la carrera académica, se le mantiene en una condición que garantiza un porvenir sin seguridad. Todo eso resulta perfectamente natural en los modelos de negocio empresariales. Es nefasto para la educación, pero su objetivo no es la educación.
En efecto, si echamos una mirada más retrospectiva, la cosa se revela más profunda todavía. Cuando todo esto empezó, a comienzos de los 70, suscitaba mucha preocupación en todo el espectro político establecido el activismo de los 60, comúnmente conocidos como “la época de los líos”. Fue una “época de líos” porque el país se estaba civilizando [con las luchas por los derechos civiles], y eso siempre es peligroso. La gente se estaba politizando y se comprometía con la conquista de derechos para los grupos llamados “de intereses especiales”: las mujeres, los trabajadores, los campesinos, los jóvenes, los viejos, etc. Eso llevó a una grave reacción, conducida de forma prácticamente abierta. En el lado de la izquierda liberal del establishment, tenemos un libro llamado The Crisis of Democracy: Report on the Governability of Democracies to the Trilateral Commission, compilado por Michel Crozier, Samuel P. Huntington y Joji Watanuki (New York University Press, 1975) y patrocinado por la Comisión Trilateral una organización de liberales internacionalistas. Casi toda la administración Carter se reclutó entre sus filas. Estaban preocupados por lo que ellos llamaban la “crisis de la democracia” y que no dimanaba de otra cosa del exceso de democracia. En los 60 la población –los “intereses especiales” mencionados— presionaba para conquistar derechos dentro de la arena política, lo que se traducía en demasiada presión sobre el Estado: no podía ser. Había un interés especial que dejaban de lado, y es a saber: el del sector granempresarial; porque sus intereses coinciden con el “interés nacional”. Se supone que el sector graempresarial controla al Estado, de modo que no hay ni que hablar de sus intereses. Pero los “intereses especiales” causaban problemas, y estos caballeros llegaron a la conclusión de que “tenemos que tener más moderación en la democracia”: el público tenía que volver a ser pasivo y regresar a la apatía. De particular preocupación les resultaban las escuelas y las universidades, que, decían, no cumplían bien su tarea de “adoctrinar a los jóvenes” convenientemente: el activismo estudiantil –el movimiento de derechos civiles, el movimiento antibelicista, el movimiento feminista, los movimientos ambientalistas— probaba que los jóvenes no estaban correctamente adoctrinados.
Bien, ¿cómo adoctrinar a los jóvenes? Hay más de una forma. Una forma es cargarlos con deudas desesperadamente pesadas para sufragar sus estudios. La deuda es una trampa, especialmente la deuda estudiantil, que es enorme, mucho más grande que el volumen de deuda acumulada en las tarjetas de crédito. Es una trampa para el resto de su vida porque las leyes están diseñadas para que no puedan salir de ella. Si, digamos, una empresa incurre en demasiada deuda, puede declararse en quiebra. Pero si los estudiantes suspenden pagos, nunca podrán conseguir una tarjeta de la seguridad social. Es una técnica de disciplinamiento. No digo yo que eso se hiciera así con tal propósito, pero desde luego tiene ese efecto. Y resulta harto difícil de defender en términos económicos. Miren ustedes un poco lo que pasa por el mundo: la educación superior es en casi todas partes gratuita. En los países con los mejores niveles educativos, Finlandia (que anda en cabeza), pongamos por caso, la educación superior es pública y gratuita. Y en un país rico y exitoso como Alemania es pública y gratuita. En México, un país pobre que, sin embargo, tiene niveles de educación muy decentes si atendemos a las dificultades económicas a las que se enfrenta, es pública y gratuita. Pero miren lo que pasa en los EEUU: si nos remontamos a los 40 y los 50, la educación superior se acercaba mucho a la gratuidad. La Ley GI ofreció educación superior gratuita a una gran cantidad de gente que jamás habría podido acceder a la universidad. Fue muy bueno para ellos y fue muy bueno para la economía y para la sociedad; fue parte de las causas que explican la elevada tasa de crecimiento económico. Incluso en las entidades privadas, la educación llegó a ser prácticamente gratuita. Yo, por ejemplo: entré en la facultad en 1945, en una universidad de la Ivy League, la Universidad de Pensilvania, y la matrícula costaba 100 dólares. Eso serían unos 800 dólares de hoy. Y era muy fácil acceder a una beca, de modo que podías vivir en casa, trabajar e ir a la facultad, sin que te costara nada. Lo que ahora ocurre es ultrajante. Tengo nietos en la universidad que tienen que pagar la matrícula y trabajar, y es casi imposible. Para los estudiantes, eso es una técnica disciplinaria.
Y otra técnica de adoctrinamiento es cortar el contacto de los estudiantes con el personal docente: clases grandes, profesores temporales que, sobrecargados de tareas, apenas pueden vivir con un salario de ayudantes. Y puesto que no tienes seguridad en el puesto de trabajo, no puedes construir una carrera, no puedes irte a otro sitio y conseguir más. Todas esas son técnicas de disciplinamiento, de adoctrinamiento y de control. Y es muy similar a lo que uno espera que ocurra en una fábrica, en la que los trabajadores fabriles han de ser disciplinados, han de ser obedientes; y se supone que no deben desempeñar ningún papel en, digamos, la organización de la producción o en la determinación del funcionamiento de la planta de trabajo: eso es cosa de los ejecutivos. Esto se transfiere ahora a las universidades. Y yo creo que nadie que tenga algo de experiencia en la empresa privada y en la industria debería sorprenderse; así trabajan.
Sobre cómo debería ser la educación superior
Para empezar, deberíamos desechar toda idea de que alguna vez hubo una “edad de oro”. Las cosas eran distintas, y en ciertos sentidos, mejores en el pasado, pero distaban mucho de ser perfectas. Las universidades tradicionales eran, por ejemplo, extremadamente jerárquicas, con muy poca participación democrática en la toma de decisiones. Una parte del activismo de los 60 consistió en el intento de democratizar las universidades, de incorporar, digamos, a representantes estudiantiles a las juntas de facultad, de animar al personal no docente a participar. Esos esfuerzos se hicieron por iniciativa de los estudiantes, y no dejaron de tener cierto éxito. La mayoría de universidades disfrutan ahora de algún grado de participación estudiantil en las decisiones de las facultades. Y yo creo que ese es el tipo de cosas que deberíamos ahora seguir promoviendo: una institución democrática en la que la gente que está en la institución, cualquiera que sea (profesores ordinarios, estudiantes, personal no docente) participan en la determinación de la naturaleza de la institución y de su funcionamiento; y lo mismo vale para las fábricas.
No son estas ideas de izquierda radical, por cierto. Proceden directamente del liberalismo clásico. Si leéis, por ejemplo, a John Stuart Mill, una figura capital de la tradición liberal clásica, verán que daba por descontado que los puestos de trabajo tenían que ser gestionados y controlados por la gente que trabajaba en ellos: eso es libertad y democracia (véase, por ejemplo, John Stuart Mill, Principles of Political Economy, book 4, ch. 7). Vemos las mismas ideas en los EEUU. En los Caballeros del Trabajo, pongamos por caso: uno de los objetivos declaradis de esta organización era “instituir organizaciones cooperativas que tiendan a superar el sistema salarial introduciendo un sistema industrial cooperativo” (véase la “Founding Ceremony” para las nuevas asociaciones locales). O piénsese en alguien como John Dewey, un filósofo social de la corriente principal del siglo XX, quien no sólo abogó por una educación encaminada a la independencia creativa, sino también por el control obrero en la industria, lo que él llamaba “democracia industrial”. Decía que hasta tanto las instituciones cruciales de la sociedad –producción, comercio, transporte, medios de comunicación— no estén bajo control democrático, la “política [será] la sombra proyectada en el conjunto de la sociedad por la gran empresa” (John Dewey, “The Need for a New Party” [1931]). Esta idea es casi elemental, y echa raíces profundas en la historia norteamericana y en el liberalismo clásico; debería constituir una suerte de segunda naturaleza de la gente, y debería valer igualmente para las universidades. Hay ciertas decisiones en una universidad donde no puedes querer transparencia democrática porque tienes que preservar la privacidad estudiantil, pongamos por caso, y hay varios tipos de asuntos sensibles, pero en el grueso de la actividad universitaria normal no hay razón para no considerar la participación directa como algo, no ya legítimo, sino útil. En mi departamento, por ejemplo, hemos tenido durante 40 años representantes estudiantiles que proporcionaban una valiosa ayuda con su participación en las reuniones de departamento.
Sobre la “gobernanza compartida” y el control obrero
La universidad es probablemente la institución social que más se acerca en nuestra sociedad al control obrero democrático. Dentro de un departamento, por ejemplo, es bastante normal que al menos para los profesores ordinarios tenga capacidad para determinar una parte substancial de las tareas que conforman su trabajo: qué van a enseñar, cuando van a dar las clases, cuál será el programa. Y el grueso de las decisiones sobre el trabajo efectuado en la facultad caen en buena medida bajo el control del profesorado ordinario. Ahora, ni que decir tiene, hay un nivel administrativo superior al que no puedes ni eludir ni controlar. La facultad puede recomendar a alguien para ser profesor titular, pongamos por caso, y estrellarse contra el criterio de los decanos o del rector, o incluso de los patronos o de los legisladores. No es que ocurra muy a menudo, pero puede ocurrir y ocurre. Y eso es parte de la estructura de fondo que, aun cuando siempre ha existido, era un problema menor en los tiempos en que la administración salía elegida por la facultad y era en principio revocable por la facultad. En un sistema representativo, necesitas tener a alguien haciendo labores administrativas, pero tiene que poder ser revocable, sometido como está a la autoridad de las gentes a las que administra. Eso es cada vez menos verdad. Hay más y más administradores profesionales, estrato sobre estrato, con más y más posiciones cada vez más remotas del control de las facultades. Me referí antes a The Fall of the Faculty de Benjamin Ginsberg, un libro que entra en un montón de detalles sobre el funcionamiento de varias universidades a las que sometió a puntilloso escrutinio: Johns Hopkins, Cornell y muchas otras.
El profesorado universitario ha venido siendo más y más reducido a la categoría de trabajadores temporales a los que se asegura una precaria existencia sin acceso a la carrera académica. Tengo conocidos que son, en efecto, lectores permanente; no han logrado el estatus de profesores ordinarios; tienen que concursar cada año para poder ser contratados otra vez. No deberían ocurrir estas cosas, no deberíamos permitirlo. Y en el caso de los ayudantes, la cosa se ha institucionalizado: no se les permite ser miembros del aparato de toma de decisiones y se les excluye de la seguridad en el puesto de trabajo, lo que no sirve sino para amplificar el problema. Yo creo que el personal no docente debería ser integrado también en la toma de decisiones, porque también forman parte de la universidad. Así que hay un montón que hacer, pero creo que se puede entender fácilmente por qué se desarrollan esas tendencias. Son parte de la imposición del modelo de negocios en todos y cada uno de los aspectos de la vida. Esa es la ideología neoliberal bajo la que el grueso del mundo ha estado viviendo en los últimos 40 años. Es muy dañina para la gente, y ha habido resistencias a ella. Y es digno de mención el que al menos dos partes del mundo han logrado en cierta medida escapar de ella: el Este asiático, que nunca la aceptó realmente, y la América del Sur de los últimos 15 años.
Sobre la pretendida necesidad de “flexibilidad”
“Flexibilidad” es una palabra muy familiar para los trabajadores industriales. Parte de la llamada “reforma laboral” consiste en hacer más “flexible” el trabajo, en facilitar la contratación y el despido de la gente. También esto es un modo de asegurar la maximización del beneficio y el control. Se supone que la “flexibilidad” es una buena cosa, igual que la “mayor inseguridad de los trabajadores”. Dejando ahora de lado la industria, para la que vale lo mismo, en las universidades eso carece de toda justificación. Pongamos un caso en el que se registra submatriculación en algún sitio. No es un gran problema. Una de mis hijas enseña en una universidad; la otra noche me llamó y me contó que su carga lectiva cambiaba porque uno de los cursos ofrecidos había registrado menos matrículas de las previstas. De acuerdo, el mundo no se acabará, se limitaron a reestructurar el plan docente: enseñas otro curso, o una sección extra, o algo por el estilo. No hay que echar a la gente o hacer inseguro su puesto de trabajo a causa de la variación del número de matriculados en los cursos. Hay mil formas de ajustarse a esa variación. La idea de que el trabajo debe someterse a las condiciones de la “flexibilidad” no es sino otra técnica corriente de control y dominación. ¿Por qué no hablan de despedir a los administradores si no hay nada para ellos este semestre? O a los patronos: ¿para qué sirven? La situación es la misma para los altos ejecutivos de la industria; si el trabajo tiene que ser flexible, ¿por qué no la gestión ejecutiva? El grueso de los altos ejecutivos son harto inútiles y aun dañinos, así que ¡librémonos de ellos! Y así indefinidamente. Sólo para comentar noticias de estos últimos días, pongamos el caso de Jamie Dimon, el presidente del consejo de administración del banco JP Morgan Chase: acaba de recibir un substancial incremento en sus emolumentos, casi el doble de su paga habitual, en agradecimiento por haber salvado al banco de las acusaciones penales que habrían mandado a la cárcel a sus altos ejecutivos: todo quedó en multas por un monto de 20 mil millones de dólares por actividades delictivas probadas. Bien, podemos imaginar que librar de alguien así podría ser útil para la economía. Pero no se habla de eso cuando se habla de ”reforma laboral”. Se habla de gente trabajadora que tiene que sufrir, y tiene que sufrir por inseguridad, por no saber de donde sacarán el pan mañana: así se les disciplina y se les hace obedientes para que no cuestionen nada ni exijan sus derechos. Esa es la forma de operar de los sistemas tiránicos. Y el mundo de los negocios es un sistema tiránico. Cuando se impone a las universidades, te das cuenta de que refleja las mismas ideas. No debería ser un secreto.
Sobre el propósito de la educación
Se trata de debates que se retrotraen a la Ilustración, cuando se plantearon realmente las cuestiones de la educación superior y de la educación de masas, no sólo la educación para el clero y la aristocracia. Y hubo básicamente dos modelos en discusión en los siglos XVIII y XIX. Se discutieron con energía harto evocativa. Una imagen de la educación era la de un vaso que se llena, digamos, de agua. Es lo que ahora llamamos “enseñar para el examen”: viertes agua en el vaso y luego el vaso devuelve el agua. Pero es un vaso bastante agujereado, como todos hemos tenido ocasión de experimentar en la escuela: memorizas algo en lo que no tienes mucho interés para poder pasar un examen, y al cabo de una semana has olvidado de qué iba el curso. El modelo de vaso ahora se llama “ningún niño a la zaga”, “enseñar para el examen”, “carrera a la cumbre”, y cosas por el estilo en las distintas universidades. Los pensadores de la Ilustración se opusieron a ese modelo.
El otro modelo se describía como lanzar una cuerda por la que el estudiante pueda ir progresando a su manera y por propia iniciativa, tal vez sacudiendo la cuerda, tal vez decidiendo ir a otro sitio, tal vez planteando cuestiones. Lanzar la cuerda significa imponer cierto tipo de estructura. Así, un programa educativo, cualquiera que sea, un curso de física o de algo, no funciona como funciona cualquier otra cosa; tiene cierta estructura. Pero su objetivo consiste en que el estudiante adquiera la capacidad para inquirir, para crear, para innovar, para desafiar: eso es la educación. Un físico mundialmente célebre cuando, en sus cursos para primero de carrera, se le preguntaba “¿qué parte del programa cubriremos este semestre?”, contestaba: “no importa lo que cubramos, lo que importa es lo que descubráis vosotros”. Tenéis que ganar la capacidad y la autoconfianza en esta asignatura para desafiar y crear e innovar, y así aprenderéis; así haréis vuestro el material y seguir adelante. No es cosa de acumular una serie fijada de hechos que luego podáis soltar por escrito en un examen para olvidarlos al día siguiente.
Son dos modelos radicalmente distintos de educación. El ideal de la Ilustración era el segundo, y yo creo que el ideal al que deberíamos aspirar. En eso consiste la educación de verdad, desde el jardín de infancia hasta la universidad. Lo cierto es que hay programas de ese tipo para los jardines de infancia, y bastante buenos.
Sobre el amor a la docencia
Queremos, desde luego, gente, profesores y estudiantes, comprometidos en actividades que resulten satisfactorias, disfrutables, actividades que sean desafíos, que resulten apasionantes. Yo no creo que eso sea tan difícil. Hasta los niños pequeños son creativos, inquisitivos, quieren saber cosas, quieren entenderlas, y a no ser que te saquen eso a la fuerza de la cabeza, el anhelo perdura de por vida. Si tienes oportunidades para desarrollar esos compromisos y preocuparte por esas cosas, son las más satisfactorias de la vida. Y eso vale lo mismo para el investigador en física que para el carpintero; toenes que intentar crear algo valioso, lidiar con problemas difíciles y resolverlos. Yo creo que que eso es lo que hace del trabajo el tipo de actividad que quieres hacer; y la haces aun cuando no estés obligado a hacerla. En una universidad que funcione razonablemente, encontrarás gente que trabaja todo el tiempo porque les gusta lo que hacen; es lo que quieren hacer; se les ha dado la oportunidad, tienen los recursos, se les ha animado a ser libres e independientes y creativos: ¿qué mejor que eso? Y eso también puede hacerse en cualquier nivel.
Vale la pena reflexionar un poco sobre algunos de los programas educativos imaginativos y creativos que se desarrollan en los distintos niveles. Así, por ejemplo, el otro día alguien me contaba de un programa que usa en las facultades, un programa de ciencia en el que se plantea a los estudiantes una interesante cuestión: “¿Cómo puede ser que un mosquito vuela bajo la lluvia?” Difícil cuestión, cuando se piensa un poco en ella. Si algo impactara en un ser humano con la fuerza de una gota de agua que alcanza a un mosquito, lo abatiría inmediatamente. ¿Cómo puede, pues, el mosquito evitar el aplastamiento inmediato? ¿Cómo puede seguir volando? Si quieres seguir dándole vueltas a este asunto –dificilísimo asunto—, tienes que hacer incursiones en las matemáticas, en la física y en la biología y plantearte cuestiones lo suficientemente difíciles como para verlas como un desafío que despierta la necesidad de responderlas.
Eso es lo que debería ser la educación en todos los niveles, desde el jardín de infancia. Hay programas para jardines de infancia en los que se da a cada niño, por ejemplo, una colección de pequeñas piezas: guijarros, conchas, semillas y cosas por el estilo. Se propone entonces a la clase la tarea de descubrir cuáles son las semillas. Empieza con lo que llaman una “conferencia científica”: los nenes hablan entre sí y tratan de imaginarse cuáles son semillas. Y, claro, hay algún maestro que orienta, pero la idea es dejar que los niños vayan pensando. Luego de un rato, intentan varios experimentos tendentes a averiguar cuáles son las semillas. Se le da a cada niño una lupa y, con ayuda del maestro, rompe una semilla y mira dentro y encuentra el embrión que hace crecer a la semilla. Esos niños aprenden realmente algo: no sólo algo sobre las semillas y sobre lo que las hace crecer; también aprenden algo sobre los procesos de descubrimiento. Aprenden a gozar con el descubrimiento y la creación, y eso es lo que te permitirá comportarte de manera independiente fuera del aula, fuera del curso.
Lo mismo vale para toda la educación, hasta la universidad. En un seminario universitario razonable, no esperas que los estudiantes tomen apuntes literales y repitan todo lo que tu digas; lo que esperas es que te digan si te equivocas, o que vengan con nuevas ideas desafiantes, que abran caminos que no habían sido pensados antes. Eso es lo que es la educación en todos los niveles. No consiste en instilar información en la cabeza de alguien que luego la recitará, sino que consiste en capacitar a la gente para que lleguen a ser personas creativas e independientes y puedan encontrar gusto en el descubrimiento y la creación y la creatividad a cualquier nivel o en cualesquiera dominios a los que les lleven sus intereses.
Sobre el uso de la retórica empresarial contra el asalto empresarial a la universidad
Eso es como plantearse la tarea de justificar ante el propietario de esclavos que nadie debería ser esclavo. Estáis aquí en un nivel de la indagación moral en el que resulta harto difícil encontrar respuestas. Somos seres humanos con derechos humanos. Es bueno para el individuo, es bueno para la sociedad y hasta es bueno para la economía en sentido estrecho el que la gente sea creativa e independiente y libre. Todo el mundo sale ganando de que la gente sea capaz de participar, de controlar sus destinos, de trabajar con otros: puede que eso no maximice los beneficios ni la dominación, pero ¿por qué tendríamos que preocuparnos de esos valores?
Un consejo a las organizaciones sindicales de los profesores precarios
Ya sabéis mejor que yo lo que hay que hacer, el tipo de problemas a los que os enfrentáis. Seguid adelante y haced lo que tengáis que hacer. No os dejéis intimidar, no os amedrentéis, y reconoced que el futuro puede estar en nuestras manos si queremos que lo esté.
Lo que sigue es la traducción castellana de una transcripción editada en inglés de un conjunto de observaciones realizadas por Noam Chomsky vía Skype el pasado 4 de febrero para una reunión de afiliados y simpatizantes del sindicato universitario asociado a la Unión de Trabajadores del Acero (Adjunct Faculty Association of the United Steelworkers) en Pittsburgh, PALas manifestaciones del profesor Chomsky se produjeron en respuesta a preguntas de  Robin Clarke, Adam Davis, David Hoinski, Maria Somma, Robin J. Sowards, Matthew Ussia y Joshua Zelesnick. La transcripción escrita de las respuestas orales la realizó Robin J. Sowards y la edición y redacción corrió a cargo del propio Noam Chomsky
Traducción de www.sinpermiso.info – Miguel de Puñoenrostro. Visto en counterpunch.org

sábado, 30 de julio de 2016

¿Existe la clase trabajadora?

¿Existe la clase trabajadora?


Catedrático de Ciencias Políticas y Sociales. Universidad Pompeu Fabra. España
     
Uno de los libros escritos en el Reino Unido que sería de desear que fuera ampliamente leído en España (al ser especialmente relevante para este país) es el excelente libro de Owen Jones ChavsLa demonización de la clase obrera. En este libro, el autor detalla cómo en la sociedad británica, caracterizada por una estratificación muy acentuada por clase social, la clase dominante que controla los mayores medios de información ha configurado una cultura que ensalza a tal clase, mientras que menosprecia y discrimina a la clase trabajadora, utilizando en su lenguaje expresiones ofensivas para definir a dicha clase. Un ejemplo es la utilización del término “chavs” para definir a miembros de tal clase, la palabra utilizada en el título del libro, que en la cultura española (incluyendo la catalana) equivaldría a definir a miembros de la clase trabajadora como miembros de la “clase baja”.
En cierta manera, la situación es incluso peor en España, pues aquí ni siquiera aparece el término de clase trabajadora. En realidad, la clase trabajadora ha desaparecido prácticamente en el discurso político, literario y mediático del país, y raramente aparece en los medios. Las series televisivas tienen como protagonistas profesionales de la clase media de renta alta (frecuentemente de la clase media profesional), que reflejan esta visión (errónea) de que la mayoría de la población es y se siente de clase media. En España el término de clase trabajadora definitivamente ha dejado de existir, de manera que en la estratificación social más utilizada en los medios (incluyendo los académicos) se distinguen tres clases: la clase alta, la clase media y la clase baja, utilizándose este último término para definir a la clase trabajadora, la cual se considera que está desapareciendo, encontrándose próxima a su extinción. Hoy incluso dirigentes de izquierdas son reacios a utilizar el término de clase trabajadora por considerarlo anticuado, y en su lugar utilizan el término clase media (o en ocasiones clase baja) para definirla.
El origen de la desaparición del discurso de clases: la Guerra Fría continúa viva en la cultura del país
El país donde se hizo este cambio de definiciones fue EEUU, en el cual, ya en los años cincuenta, se dejaron de utilizar los términos de clase capitalista, clase media y clase trabajadora, siendo sustituidos por los de clase alta, media y baja. Este cambio en la utilización del lenguaje ocurrió en los años cincuenta en plena efervescencia de la Guerra Fría, cuando se intentó barrer en toda la sociedad estadounidense cualquier elemento que sonara a socialismo o a comunismo. Lo último que quería la estructura de poder era que se conservara una conciencia de clase por parte de la clase trabajadora.
Fue en aquel periodo cuando en los centros intelectuales del país, universidades y fundaciones, y en los mayores medios, se redefinió el concepto de clase, definiéndolo por el  nivel de renta del individuo, independientemente del origen de tal renta. El objetivo era evitar por todos los medios que se estableciera una conciencia de clase, ocultando o intentando evitar cualquier percepción que significara el reconocimiento de la existencia de clases sociales que pudieran estar en conflicto. En su lugar, se enfatizó el rol de los individuos en busca del “sueño americano”, según el cual todo individuo podría subir por la escala social en base al mérito y a la oportunidad. De esta manera, el lenguaje de conflicto colectivo, incluido el conflicto de clases, desaparecería, desapareciendo con ello incluso el concepto de clases.
Lo que era permisible en la narrativa y en el lenguaje dominante era agrupar a los individuos según la jerarquía social, tomando el nivel de ingresos como indicador del lugar que dichos individuos ocupaban en aquella escala. De ahí la redefinición de las clases en clase alta, clase media y clase baja, que sustituían los términos de clase capitalista, clase media y clase trabajadora, un cambio de gran importancia para enmascarar la dinámica de poder del orden capitalista. La sociedad de clases se presentaba como la sociedad de niveles de renta, siendo el más bajo el que correspondería a la que objetivamente continuaba siendo la clase trabajadora, la clase que adquiere sus rentas a base del trabajo, en una relación subordinada con la clase capitalista, mediada esta relación por la clase media, que objetivamente no era la mayoría de la población, siendo ésta la clase trabajadora.
Últimamente esta clase capitalista, que en EEUU se le llama la clase corporativa (The Corporate Class) y que incluye los propietarios y gestores del gran capital (las mayores corporaciones financieras y económicas de los distintos sectores económicos del país), ha pasado a definirse como el 1% (señalando con ello el grado de concentración tan elevado de la propiedad del capital), situándose frente a todos los demás, el 99% de la población. Esta visión del capitalismo, que movimientos sociales contestatarios, como el Occupy Wall Street, han hecho suya, tiene algo de verdad, pero no de toda la verdad, pues este 1% necesita para el sostenimiento de su dominio un sector de la población que tiene como función garantizar dicho dominio. Este sector juega un papel clave en la reproducción del sistema y está constituido por la clase media de renta alta (incluyendo la clase media profesional), que tiene intereses distintos a los de la mayoría de la población, pues su poder depende de su relación con el 1% superior. El 1% no estaría donde está sin la existencia y apoyo de este sector cuyo tamaño va del 15% al 20% de la población. Se incluyen en esta población todos los gerentes y profesionales de dirección, por ejemplo, de los medios de información, comunicación y persuasión. De ahí que el conflicto no sea solo del 1% frente al 99% restante, sino del (1+19)% frente al 80% restante.
¿Existe conciencia de clase?
Parece una paradoja que, aun cuando los medios de información casi nunca utilizan los términos y conceptos de clases sociales, estas persistan en la conciencia de la población. Así, si a la población en EEUU (y lo mismo en España) se le pide su identificación social presentando como alternativas clase alta, clase media o clase baja, la gran mayoría de la población contesta que clase media, de lo cual se deduce erróneamente que la mayoría de la población se considera clase media. Ahora bien, si la elección es entre clase alta, clase media o clase trabajadora, hay más personas en EEUU (y en España) que se definen de clase trabajadora que de clase media. En EEUU, por ejemplo, la gran mayoría (56%) de personas entre los 18 y 35 años se definen como de clase trabajadora (porcentaje que ha ido subiendo durante los años de crisis). Solo un 33% se sienten de clase media.
La gran mayoría de los que se definen como clase trabajadora apoyaron la candidatura del socialista Bernie Sanders, el candidato del Partido Demócrata que explícitamente se refirió a la clase trabajadora, utilizando dicho término para definirla. El otro candidato, este del Partido Republicano, Donald Trump, también habla a y de la clase trabajadora, y el gran empuje de estos dos candidatos en las primarias de ambos partidos ha cogido al establishment (el 20% de la población con renta superior) por sorpresa, pues ignoraba o quería ignorar que existía tal clase social y desconocía o quería desconocer la gran reducción de los estándares de vida de tal clase que ha ido ocurriendo desde que se inició la revolución (o mejor dicho, contrarrevolución) neoliberal en los años ochenta.
La proletarización de la clase media
Las nuevas generaciones, que en EEUU siempre creyeron que la educación, incluyendo la universitaria, les garantizaría un futuro mejor que el de sus padres, han visto que ello no era cierto, pues, después de haber realizado sus estudios y endeudarse hasta la médula para poder alcanzar el título y los conocimientos que creían que les garantizarían el futuro mejor, no lo han alcanzado. En realidad, los salarios para los puestos de trabajo a los que aspiran son mucho más bajos que hace treinta años. Y en muchas ocasiones ni siquiera encuentran tales trabajos, teniendo que aceptar otros trabajos muy por debajo de lo que aspiran. Esta situación ha sido incluso más marcada durante la Gran Recesión (2008-2016). Esta es la causa de su gran enfado y su radicalidad, que explica, de nuevo, el éxito de las candidaturas de Bernie Sanders (que cogió por sorpresa al establishment del Partido Demócrata, representado por Hillary Clinton) y de Donald Trump (que también cogió por sorpresa al establishment del Partido Republicano). Hoy la estructura de poder está altamente cuestionada, pues las instituciones mal llamadas representativas han perdido su credibilidad y su legitimidad para la gran mayoría de la clase trabajadora, cuyo tamaño, objetiva y subjetivamente, ha ido aumentando.
Y esto es también lo que está ocurriendo en Francia (donde el partido con mayor apoyo electoral entre la clase trabajadora es el partido de Marine Le Pen), en el Reino Unido (donde la mayoría de la clase trabajadora apoyó el Brexit), en España (donde la mayoría de los jóvenes apoyan a Unidos Podemos), y así un largo etcétera. Créanme que la clase trabajadora, aunque no aparece en los medios, continúa existiendo. Y si no se lo creen, esperen la evolución de los acontecimientos políticos en Europa y lo verán.

viernes, 29 de julio de 2016

LA IZQUIERDA REVOLUCIONARIA FRENTE A LA CRISIS ACTUAL DE AMÉRICA LATINA

LA IZQUIERDA REVOLUCIONARIA FRENTE A LA CRISIS ACTUAL DE AMÉRICA LATINA
Mi contribución a la Conferencia realizada el 16/17 de Julio en Montevideo
1. El aspecto político más destacado que confronta la izquierda de América Latina es el derrumbe de los gobiernos nacionalistas o de centroizquierda, desde el chavismo en Venezuela hasta el petismo, el kirchnerismo y el ‘luguismo’ en Brasil, Argentina y Paraguay. Dentro de esta tendencia asoman en el radar el ‘frente ciudadano’, en Ecuador, el indigenismo boliviano y el Frente Amplio en Uruguay. El otro aspecto decisivo es el destino de la Revolución Cubana.
La situación política en que se encuentra la izquierda en la nueva etapa está determinada, en gran parte, por su política durante la experiencia nacionalista. Por eso, para afrontar el nuevo período es necesario un balance riguroso de la actuación política en la etapa precedente. El conjunto de las fuerzas políticas en presencia, sean burguesas y por sobre todo la izquierda, no ingresan a esta etapa como un papel en blanco, que estaría abierto abstractamente a todas las posibilidades que ofrece el nuevo período. Por el contrario, están condicionadas por sus programas y por sus políticas precedentes, e incluso por los compromisos anudados en la etapa que se agota.
Nacionalismo burgués
2. El derrumbe de las experiencias nacionalistas en cuestión es, antes que nada, un resultado político concreto de la bancarrota capitalista mundial, que asumió un carácter de conjunto a partir de la crisis bancario-hipotecaria de mediados de 2007. Es una consecuencia política objetiva de la quiebra capitalista. En grado diverso, la bancarrota capitalista ha afectado a todos los regímenes en el mundo entero, desde, por ejemplo, las revoluciones árabes hasta el reciente referendo de separación de Gran Bretaña de la Unión Europea. En América Latina, se manifiesta desde Puerto Rico y Cuba hasta Colombia. Ha devuelto actualidad a la cuestión de la independencia nacional de Puerto Rico Es necesario el análisis materialista de este derrumbe político.
Empujado al poder político por bancarrotas económicas extraordinarias, desde los años 90, el nacionalismo de contenido burgués se viene abajo ahora como resultado de la acentuación y profundización de aquellas bancarrotas. El chavismo y el nacionalismo militar venezolano han sido un emergente del ajuste criminal del gobierno AD, en 1989, y del caracazo; el kirchnerismo, una metamorfosis del menemismo como consecuencia del argentinazo; el largo proceso de desarrollo del PT culmina en el gobierno del Frente Popular, en 2003, luego de la bancarrota brasileña que siguió a la crisis asiática, al derrumbe financiero de Rusia y al estallido, con alcance sistémico, del fondo LTCM de Estados Unidos. Los ascensos de Evo Morales y Rafael Correa, en ese mismo período, 2000/4, fueron el resultado demorado y distorsionador de grandes insurrecciones de masas, detonadas por las crisis de las privatizaciones precedentes.
Respuesta defensiva a la crisis mundial, el nacionalismo burgués encuentra sus límites insalvables en esta misma crisis mundial y en la declinación histórica del capitalismo.
3. El proceso nacionalista burgués de las últimas dos décadas se caracteriza, asimismo, por un planteo de desarrollo capitalista fuertemente parasitario. En los entresijos de la crisis mundial, América Latina asistió a dos ciclos de grandes subas en los precios internacionales de las materias primas. Fueron descriptos como el final de la tendencia al deterioro de los términos negativos del intercambio comercial. Los superávits comerciales originados por esos aumentos dieron lugar, a su vez, a un nuevo ciclo de endeudamiento internacional (público y privado), promovido por el respaldo que ofrecía el crecimiento de las reservas internacionales. El pago de la deuda externa heredada se hizo con la emisión de deuda interna y el vaciamiento de esas reservas. La abundancia de liquidez fue aplicada a la expansión sin precedentes del crédito al consumo, a tasas de interés excepcionales o subsidiadas por el Estado.
Se desarrolló, de este modo, un ‘populismo bancario’, que engordó los beneficios financieros a costa de una creciente hipoteca de las familias. Fue una versión latinoamericana de los créditos ‘subprime’, que detonaron la crisis en Estados Unidos. Los llamados planes sociales, en muchos casos financiados por el Banco Mundial, embellecidos por el ‘relato’ del fomento del consumo, encubrieron la falta de creación de empleo y la casi nula industrialización, y ahora se encuentran amenazados por déficits fiscales descomunales (que obedecen, por supuesto, a otras razones, en primer lugar el pago de intereses usurarios de la deuda pública y el financiamiento público subsidiado para los capitalistas). El mito de la creación de una clase media se derrite ahora a la vista de todos como la nieve en vísperas del verano.
Lejos de haber esquivado la bancarrota capitalista mundial, la gestión política nacionalista (a veces tildada de progresista) operó para convertir a las naciones de América Latina en un vaciadero de basura del capital financiero internacional – que encontró en estas gestiones el mercado para su producción excedente, la rentabilidad para sus inversiones financieras y la recuperación de sus créditos incobrables. Las contratistas de obras públicas ‘nacionales’ tuvieron una expansión sin precedentes en Brasil (¡por supuesto!), en Centroamérica, Venezuela, Cuba, Perú y Argentina, acompañadas de un alto endeudamiento internacional y un festival de sobreprecios.
El derrumbe de las experiencias nacionalistas viene acompañada por las quiebras de empresas estatales y privadas (desde Odebrecht y el complejo en torno a Petrobras hasta las telecom o la siderurgia en Brasil, o YPF y el sistema energético en Argentina, y Pdvsa; déficits fiscales extraordinarios, y por último el defol de hecho de la deuda externa, que solamente es honorada con nueva deuda a tasas usurarias y la venta de activos industriales).
4. Las experiencias nacionalistas de las dos décadas recientes han estado muy por detrás de las realizaciones de la precedentes – como el primer peronismo, el varguismo, el nacionalismo boliviano desde la guerra del Chaco o el velazquismo ecuatoriano. Rafael Correa sigue empeñado aún en conciliar el planteo nacionalista con la dolarización y la autonomía económica con el rentismo petrolero. Para ello ha contraído, al igual que Venezuela, una deuda impagable con la República China, contra la garantía de la entrega del petróleo. Al “eterno retorno” del nacionalismo se le aplica aquella frase de Marx acerca de la repetición de la historia. El sujeto histórico del nacionalismo – la burguesía nacional –, que además se hace sustituir por movimientos pequeño burgueses, militares o incluso de ‘trabajadores’ (PT), es más impotente que nunca para encarar una iniciativa nacional autónoma, en el marco de la decadencia del capitalismo mundial. Las segundas partes no han sido, entonces, mejores; el nacionalismo es un planteo históricamente en retroceso, incluso cuando asume posiciones nacionales progresivas de carácter parcial. El chavismo se ha destacado como una tentativa de ir más lejos que los precedentes deslucidos de los adecos, y el reparto corrupto del aparato del estado por el Pacto del Punto Fijo.
Socialismo del Siglo XXI
5. El esfuerzo del chavismo por fundar su experiencia en términos bolivarianos (unidad continental), no ha tenido destino – ni siquiera las iniciativas del gasoducto del sur o del banco del sur. Estos planteos no fueron tenidos en cuenta cuando se aprobó el ingreso de Venezuela al Mercosur o cuando se creó la Unasur (un vehículo de exportación de las contratistas brasileñas y de Embraer), ni menos aún en ocasión de la creación del Banco de Desarrollo propuesto por China. El planteo bolivariano quedó reducido a una invocación nacionalista romántica, con la finalidad reaccionaria de realzar a las fuerzas armadas. Fue utilizada como instrumento de propaganda política contra el uribismo colombiano, el cual era señalado como descendiente directo general Santander – que dividió la entonces Gran Colombia.
Por otro lado, se ha pasado por alto el contenido contrarrevolucionario que encierra la etiqueta del Socialismo del Siglo XXI – inventada, por otra parte, no por Chávez sino por un diletante académico, Heinz Dietrich, que ya hace rato dio marcha atrás y ha pasado a pregonar la conciliación con los escuálidos. Dietrich no fue el único consejero que consiguió la atención superficial de Chávez; otros le aconsejaron impulsar la creación de la V Internacional, que no tuvo la menor trascendencia. La etiqueta del Siglo XXI es una réplica negativa, no ya a la revolución bolchevique de 1917, sino a la Revolución Cubana – el estadio más alto que alcanzó la revolución latinoamericana. La Revolución Cubana (siglo XX) arrancó con un planteo democrático y llegó a la expropiación masiva del capital extranjero y nacional. Los simpatizantes más politizados del chavismo pasan por alto el significado estratégico del recule programático y estratégico que encierra esta preferencia por el siglo XXI.
La actualidad de la revolución socialista emana del ingreso del capitalismo en la época de la decadencia o declinación histórica, de la época en que el desarrollo de las fuerzas productivas asume un carácter cada vez más parasitario y destructivo, cuando la colisión de ellas con las relaciones de producción y las estructurales estatales y nacionales se hace más violenta. La etiqueta de Siglo XXI, que no se utiliza solamente para banalizar al socialismo sino que es invocada a cuento de cualquier cosa, no pasa de ser un recurso publicitario o de ‘marketing’ político.
El punto de partida de este despegue político lo inició, en realidad, el sandinismo, el cual, a la inversa de la Revolución Cubana, empantanó la revolución victoriosa de mayor protagonismo de masas en la historia de América Latina (una guerra civil de masas que dejó 50 mil muertos en pocos meses), mediante una política de conciliación política con la burguesía democrática.. Lo hizo en total acuerdo con la burocracia de la ex URSS y el castrismo, que para esa época ya había abandonado el foquismo y buscaba esa misma conciliación con las burguesías latinoamericanas y EE.UU. Años más tarde, el sandinismo retornó al gobierno como un gendarme del orden capitalista, piloteado por Daniel Ortega. El socialismo del siglo XXI postula un cambio social en los marcos capitalistas), sin revolución, o sea sin la destrucción del aparato de estado existente, y sin gobierno de trabajadores (dictadura del proletariado). El ropaje militar y el apoyo popular no convierten al chavismo en socialismo de ningún tipo, sino en un ‘replay’ de la demagogia socialista que ha caracterizado a todos los movimientos nacionalistas en el mundo. Esto ha sido así desde la declinación de la Revolución Francesa y, en especial, desde Napoleón III y Bismarck – los ‘populistas’ por antonomasia (se caracterizaron por impulsar la mayor acumulación de capital de todo el siglo XIX).
Nacionalizaciones
6. Donde más se observa la decadencia del nacionalismo de contenido burgués es en el campo de las nacionalizaciones. De un modo general, la estatización de parte del capital extranjero obedece al propósito de impulsar el desarrollo de las fuerzas productivas que la burguesía nacional se muestra incapaz de hacer por la presión del capital financiero internacional. En este sentido, las nacionalizaciones procuran potenciar el campo de explotación social de la burguesía nacional y ofrecer una base más sólida al Estado capitalista. En el momento oportuno esas estatizaciones pueden revertirse en privatizaciones en beneficio de esa misma burguesía nativa en la medida que se haya desarrollado en forma suficiente para ello. Las nacionalizaciones más avanzadas del nacionalismo latinoamericano han sido la del petróleo mexicano por Lázaro Cárdenas; la de la United Fruit, en Guatemala; la minería en la Revolución Boliviana de 1952 y la del petróleo en 1970; y las del petróleo y las haciendas de la Costa por parte de gobierno militar peruano. Es frecuente que la izquierda confunda las nacionalizaciones burguesas con la expropiación del capital que tiene por sujeto al proletariado y al gobierno de los trabajadores. La expropiación sin pago del capital por parte de la Revolución cubana constituye una transición histórica entre las nacionalizaciones burguesas más avanzadas y las nacionalizaciones que realizan los gobiernos de trabajadores que emergen de las revoluciones proletarias. El contenido histórico de ellas queda condicionado al curso ulterior de la lucha de clases, nacional e internacional. La izquierda tiene la responsabilidad de abrir una discusión de este proceso, sobre la base de una investigación, en lugar de sustituirlo por simples etiquetas.
En numerosos casos, las nacionalizaciones burguesas operan como un rescate del capital extranjero con cargo a las finanzas públicas. Este vaciamiento fiscal conspira contra el ulterior desarrollo de las fuerzas productivas planteado por la nacionalización Los casos más conocidos son las ejecutadas por el primer peronismo respecto al capital británico que necesitaba una retirada. El caso de los ferrocarriles es paradigmático, porque acentuaron un deterioro que se aproxima a casi un siglo. Para lograr sus propósitos, el imperialismo británico bloqueó los créditos de Argentina depositados en Londres. Lo mismo se puede decir de la nacionalización del petróleo de Venezuela, en los 70, que sirvió para financiar una enorme especulación inmobiliaria y una mayor corrupción.
En contexto diferente, el gobierno de Chávez realizó lo mismo con la estatización de las telecomunicaciones (Verizon) y la siderurgia (Sidor), o sea a cuenta de los enormes ingresos petroleros. En un caso las indemnizó a un precio elevado de Bolsa (que se establece, especulativamente, por la rentabilidad esperada, en lugar del valor de los activos), es decir, con un premio sobre el capital. La nacionalización benefició a Verizon en otro aspecto, porque enseguida su cotización cayó en forma acentuada como consecuencia de la crisis financiera internacional. El otro, Sidor, el Estado tomó a su cargo toda la deuda oculta (pasivos laborales) del grupo Techint, lo cual resultó en una indemnización colosal. Las estatizaciones de este tipo constituyen una transferencia de ingresos de los trabajadores hacia los capitalistas extranjeros, por medio del gasto fiscal. Representan una descapitalización, y por lo tanto una hipoteca para el desarrollo de las fuerzas productivas. El derrumbe de las empresas nacionalizadas, en Venezuela, ha provocado un retroceso de las expectativas estatizantes en la conciencia de las masas, algo que aprovecha la derecha para devolver vigencia al programa privatizador.
La estatización del 51% del capital de YPF-Repsol, por parte del kirchnerismo, se hizo a costa una cuantiosa indemnización por una empresa que había agotado las reservas de gas y petróleo. El ‘relato’ nacionalizador encubrió una reprivatización del petróleo en Argentina, pues YPF se ha convertido en empresa mixta que cotiza en las bolsas internacionales El relato ‘nacional y popular’ del kirchnerismo es, además, particularmente ‘curioso’, porque su principal empeño estuvo dirigido a preservar, con subsidios, a las empresas privatizadas del menemismo. El resultado ha sido, de un modo general, un enorme vaciamiento productivo e industrial en el área energética. En plena ola de demagogia estatizante el Frente de Izquierda, en Argentina, desarrolló una firme denuncia contra la reprivatización petrolera, que luego quedó confirmada por la asociación sigilosa de YPF con la norteamericana Chevron.
El Manifiesto Político presentado por el Partido Obrero al FIT, para la campaña electoral de 2013, se centró en una crítica marxista de las nacionalizaciones capitalistas, sus contradicciones y limitaciones.
Otro tema que debe ser objeto de debate es la nacionalización del petróleo en Bolivia, que no es tal. Consiste en un cambio importante en la tributación por parte del capital petrolero internacional, que sacó a las finanzas públicas del déficit crónico. El indigenismo oficial logró, por esta vía, desviar el reclamo de nacionalización integral que hizo la insurrección de octubre 2003. Lo mismo ocurrió con la cuestión agraria, que culminó con un compromiso con la burguesía sojera cruceña y del oriente boliviano, que se materializó en una nueva carta constitucional. El compromiso con las petroleras fue posible debido a la suba enorme del precio internacional de los combustibles. Numerosos agrupamientos de izquierda y sociales que apoyan al FIT en Argentina, apoyan al indigenismo pequeño burgués del Altiplano sin fijar una posición programática sobre este pseudo nacionalismo de contenido capitalista. La doctrina estratégica del indigenismo boliviano es el desarrollo del “capitalismo andino” (había sido bautizado como “socialismo andino”), definido como una alianza entre el capital extranjero, el Estado boliviano y el precapitalismo agrario. El planteo comete la ‘gaffe’ teórica de señalar al estado como una categoría social y de clase, al lado de otras clases, o sea que no está por encima de las clases, pues se trata de una superestructura política, y que refleja y protege, como tal, la estructura social dominante (Es el “marxismo del Siglo XXI”). Bolivia ha sido, durante el periodo reciente, un campo próspero de los negocios de las contratistas brasileñas incursas en el ‘lava jato’.
Brasil
7. Las limitaciones colosales de este nacionalismo explican, de un lado, el escaso desarrollo de las fuerzas productivas en la década y media pasada, así como el impacto que ha causado la bancarrota capitalista mundial, en los dos episodios principales – la caída de precios internacionales y salida de capitales de 2009 y, con más severidad, la actual. El siempre esgrimido crecimiento del PBI no capta ese desarrollo. El desarrollo de las fuerzas productivas es medido por la calidad de la inversión reproductiva, la aplicación de tecnologías, el nivel de capacidad de la fuerza de trabajo, el desarrollo de la educación, la salud y el progreso habitacional y la infraestructura urbana. Una centralización productiva de los recursos económicos existentes debería operar como una palanca industrializadora potente.
El gobierno PT-PMDB de Brasil intentó convertir a Petrobras, compañía mixta de mayoría estatal, en esa palanca industrial: mediante la inversión de la mayor parte de las utilidades; el monopolio operativo de las asociaciones con capital extranjero; una importante labor de tecnología; y el desarrollo de un entorno de servicios tecnológicos, contratistas y constructoras nacionales. Sin proceder a nacionalizaciones desarrolló, hasta cierto punto, un nacionalismo burgués y gran burgués. Utilizó los aportes obreros a los fondos de pensiones e impulsó el aporte fiscal al banco público de Desarrollo, con esa misma finalidad. Intentó, incluso, impulsar la creación de una burguesía petrolera nacional, a través del apoyo al aventurero Eike Batista. El derrumbe fenomenal de este intento establece una conclusión lapidaria, porque ha terminado en la quiebra de todos los sectores involucrados y, golpe de Estado mediante, desde el propio oficialismo, en la venta apresurada de activos industriales y en la derogación de las principales limitaciones impuestas al capital extranjero. La caída vertical de los precios internacionales del petróleo, las presiones provocadas por un elevado endeudamiento internacional, la desvalorización del capital cotizante y, no menos importante, la difusión de la enorme corrupción de todo este entramado político y económico (por parte de los sectores interesados en derribarlo); todo esto ha sumido a Brasil en una crisis de mayor alcance que la de los años 30. El ataque al movimiento obrero es devastador.
8. La izquierda brasileña, ante esta crisis de conjunto del capitalismo, enfrenta la obligación de desarrollar un planteo obrero y socialista – o sea, un gobierno de trabajadores, la nacionalización sin pago de la banca y los monopolios petroleros, lo mismo con toda empresa que cierre, la escala móvil de salarios y horas de trabajo, la apertura de los libros de todos los monopolios capitalistas y el control obrero y la convocatoria a un plan de acción a toda la izquierda y sectores combativos de América Latina. Ocurre sin embargo lo contrario: plantea la fórmula de la democracia con justicia social o el socialismo en democracia, o sea sin travesía revolucionaria ni gobierno de trabajadores Cuando aún no se ha cerrado la etapa del golpe de Estado que destituyó a Dilma Roussef (lejos de eso hay una desintegración de la base parlamentaria del gobierno golpista) la agenda dominante en la izquierda brasileña son las elecciones municipales de octubre próximo y la posibilidad de consagrar intendenta de San Pablo a una candidata patronal, Luiza Erundina, que ya gestionó esa ciudad en términos puramente capitalistas. Erundina es una ex petista, oriunda del ala clerical, ministra del gobierno de Itamar Franco y hasta hace muy poco miembro del partido de derecha PSB y sostenedora en del candidato del PSDB que murió en un accidente en la campaña electoral del año pasado. La candidatura ha sido lanzada por el Psol, un frente de izquierda y de las comunidades de base que se escindieron del PT hace más de una década, y es apoyada por el grupo ligado al PTS de Argentina – el cual, en su casa central, reivindica de la independencia política a la clase obrera y la hostilidad a las candidaturas patronales. Esta duplicidad entre el principismo y el oportunismo, es característica de todas las corrientes centristas. El Psol, en contraste con el FIT de Argentina, que llamó al voto en blanco contra Scioli y Macri, apoyó en el segundo turno electoral de las elecciones pasadas la candidatura de Dilma Roussef
En oposición al juicio político contra Dilma Roussef, el PT y gran parte de la izquierda se han refugiado en el reclamo de un plebiscito que autorice el adelanto de las elecciones para la Presidencia (que debería tener lugar en 2018), el cual debería ser votado por el mismo parlamento golpista y de ladrones. El planteo cuenta, hasta cierto punto, con la simpatía de una parte de la prensa golpista, que visualiza la imposibilidad de un ajuste a fondo de la economía sin un gobierno electo desvinculado del personal político sometido a los procesos judiciales contra la corrupción. En Brasil hay una desintegración manifiesta de la burguesía contratista y el desarrollo de una reconfiguración capitalista acompañada por quiebras, rescates y concentraciones de capital. El planteo de elecciones presidenciales o generales de parte de la izquierda, no hace referencia al derrocamiento del gobierno de Temer por medio de una acción directa de masas, que ligue la lucha contra los despidos, la carestía y las privatizaciones a los métodos de la huelga y de la huelga general. Los observadores políticos prevén que la realización de nuevas elecciones daría la victoria a una de las diversas coaliciones derechistas en presencia. La consigna electoral no educa a los trabajadores en una política de lucha de clases. Se busca una salida inmediata a la crisis política, o sea un compromiso, en lugar de la preparación sistemática de la clase obrera para luchar por un gobierno de trabajadores.
En Brasil, la izquierda, integrada en el PT, impulsó la llegada del PT al gobierno, en coalición con el PMDB. Esto ocurrió incluso después de que Lula firmara el acuerdo con el FMI, en la campaña electoral de 2002, y nombrara al actual ministro de Economía de Temer para la presidencia del Banco Central, luego de un acuerdo cerrado entre Lula y William Rhodes, entonces presidente del Citibank (W. Rhodes, Financial Times, 24.6.2004). El Psol reivindica, de conjunto, el PT “de los orígenes”, o sea que sigue adhiriendo a la perspectiva estratégica trazada por la dirección fundadora del PT, incluso después de la experiencia y los resultados políticos de casi cuatro décadas. A partir de esta reivindicación del punto de partida ha seguido, de un modo propio, la ruta de su espejo retrovisor. En oposición a esta línea estratégica, es necesario un debate que establezca un nuevo punto de partida, o sea un programa y una política realmente socialistas.
A este debate debería integrarse el Pstu, el cual acaba de sufrir una escisión en torno a la cuestión del reciente golpe de Estado, por un lado, y del carácter de las movilizaciones anti-gubernamentales a partir de 2013. Los planteos democratizantes de izquierda demuestran toda su inconsistencia ante el derrumbe de los procesos nacionalistas y la crisis de régimen que ha emergido como su consecuencia. América Latina ingresa a una nueva etapa de mayores confrontaciones sociales y políticas, que superan los límites de sus Estados.
Golpismo
9. El juicio político contra la presidenta Dilma Roussef y su eventual destitución constituyen un golpe de estado ‘tout court’, sin aditamentos, porque implican un viraje político reaccionario en las relaciones de clase existentes. Reemplaza a un gobierno que ha revelado su inconsistencia para aplicar la política de ajuste que reclama el capital y para rescatar al personal político y a los grandes capitalistas de los procesos judiciales por corrupción. Inaugura un nuevo planteo de ofensiva contra las masas, sin esperar a nuevas elecciones ni a obtener un nuevo mandato electoral. El gobierno de Temer no es un intento de interinato constitucional, sino una nueva coalición política para una nueva política, que encare el rescate de la quiebra capitalista y una ofensiva más decidida contra los trabajadores. No hay un cambio en el carácter de clase del gobierno sino una tentativa de modificar la relación preexistente entre las distintas clases.
Para la izquierda revolucionaria la lucha contra el golpe es una cuestión de principios, porque significa defender las posiciones conquistadas por la clase obrera frente a la ofensiva capitalista – de ningún modo apoyar al gobierno capitalista destituido. No defendemos ‘el mal menor’ sino la posición conquistada por el proletariado dentro de la sociedad y el Estado capitalista; por eso no esconde su hostilidad hacia el gobierno establecido. La izquierda democratizante, por el contario, atribuye un carácter progresivo a la gestión ajustadora de Roussef, incluso cuando muchos, entre esa izquierda, habían criticado y hasta enfrentado la política ajustadora de esa gestión. De otro lado, quienes discrepan con la caracterización de un golpe de estado subrayan la identidad de clases entre ambos bandos capitalistas, ignorando que representa un salto en calidad del ataque del Estado capitalista contra las masas.
A quienes las formas constitucionales le quitan entidad al golpismo, es oportuno recordar que el gobierno constitucional que se inició en 1973 en Argentina, se desarrolló por medio de una sucesión de golpes ‘constitucionales’, que primero eliminaron al mandatario electo, Cámpora, luego a gobernadores del mismo signo político, incluso por medios policiales; más tarde a la creación de la triple A y a la militarización del país – un proceso que culminó con la dictadura militar. En aquel momento, el Partido Obrero advirtió acerca de la seguidilla de golpes, que se enmascaraban en las formas parlamentarias y en la popularidad de Perón
A pesar de la falacia de los términos del ‘impeachment’ (des-manejo contable de cuentas fiscales), Dilma Roussef, el PT y la burocracia de los sindicatos rehusaron desconocer el voto del Congreso y plantear un conflicto de poderes. La razón es que podría haber abierto una brecha para la intervención de las masas, por un lado, y para la intervención de las fuerzas armadas, por el otro, que habría sido en apoyo del Congreso. El árbitro del golpe de estado en Brasil han sido las fuerzas armadas, aunque no se trate de un golpe militar. El golpe de Estado en Brasil no es más que el segundo acto golpista luego del derrocamiento del paraguayo Lugo, que también consistió en un ‘impeachment’ de sus propios aliados de gobierno – el partido Liberal. La burguesía brasileña apoyó con fuerza ese golpe, en una suerte de ensayo general del que daría luego en Brasil. El movimiento obrero y campesino ha retrocedido fuertemente en Paraguay como consecuencia de la victoria del golpe, mientras que, por otro lado, ha facilatado un aluvión de compras de empresas y tierras por parte de la burguesía brasileña, con la complicidad del gobierno de Dilma Roussef. La destitución de Lugo y de Roussef por parte de sus propios aliados, constituye una prueba contundente de la falacia que apuesta a la colaboración de clases entre los partidos obreros o pequeño burgueses populares con la gran burguesía nacional e incluso el capital financiero internacional.
10. El Frente Amplio de Uruguay recorrió un proceso similar al del gobierno del Frente Brasil Popular. Vázquez llegó al gobierno en 2005 luego de un largo periodo de colaboración política con el imperialismo desde la gestión en Montevideo y el respaldo a los ataques patronales al movimiento obrero (Huelga de la Construcción).
EL FA se constituyó como un frente “policlasista”, al principio con el argumento que era el vehículo de las transformaciones democráticas, agrarias y antiimperialistas. El balance es un aumento del sometimiento al capital financiero, la primarización mayor de la economía, la concentración de la tierra, la desindustrialización y el avance de la especulación bancario-inmobiliaria.
El Frente Amplio lleva adelante un ajuste contra el movimiento obrero, rebajando sueldos y jubilaciones, aumentando las tarifas y los impuestos al salario, y recortando el gasto estatal en salud y educación. El intento de prohibición de huelgas en la enseñanza (medida que ya había aplicado Mujica contra los municipales) provocó una rebelión de las bases de los sindicatos, al mismo tiempo que reforzó la integración de la burocracia sindical al Estado. La dirección de la central obrera ha advertido que el ajuste podría llevar a una ruptura del frente policlasista: por un lado, la derecha del FA yendo a un gobierno de ‘unidad nacional’, del otro lado las masas en la búsqueda de un nuevo polo político de carácter anti-capitalista. La tesis del ala izquierda del FA y en especial del partido comunista, de que los gobiernos frenteamplistas no son gobiernos del capital sino 'gobiernos en disputa' es una justificación para continuar su labor de furgón de cola del imperialismo y neutralizar las protestas populares hacia una puja interna dentro del Frente Amplio y del propio gobierno
En Uruguay, de todos modos, se desenvuelve una crisis similar a la que puso fin al gobierno patronal encabezado por el PT, en Brasil, incluida la pretensión de Vázquez de desarrollar, como lo intentó Roussef, un ajuste económico y social sin tener que proceder, primero, a un cambio de alianzas y régimen político. En oposición a las corrientes frenteamplistas o que ya han roto con el FA (Asamblea Popular) de recomponer “el FA de los orígenes” o remedar un chavismo a la uruguaya, el PT de Uruguay convoca a los obreros avanzados a construir un partido revolucionario.
Chavismo
11. Otro elemento que sobresale para el posicionamiento de la izquierda en esta nueva etapa, es la experiencia del nacionalismo bolivariano como movimiento popular o de masas. El chavismo ha realizado la mayor transferencia de ingresos de la renta petrolera hacia emprendimientos sociales (vivienda, educación, salud), posiblemente de toda la historia latinoamericana. Esta agenda fue el punto sobresaliente de su programa. Ahora descubre, tardíamente, los límites de hierro de una economía rentista, cuya bonanza había calculado para un siglo; el pueblo de Venezuela asiste, no ya la discontinuidad de esos planes sociales sino a la incertidumbre de la preservación de lo realizado y a la posibilidad de su reversión. Esto se manifiesta en la disputa abierta acerca de la titularización de la propiedad de las viviendas construidas, debido a la inseguridad jurídica creada por la crisis y a la incapacidad del Estado para asegurar toda la infraestructura de mantenimiento y refacción, que quedaría en manos de las familias adjudicatarias.
Este gigantesco emprendimiento social fue llevado adelante por una organización paralela al Estado, las llamadas “misiones”. El chavismo, con un planteo en principio movilizador, ‘puenteó’ al Estado, en lugar de destruir el aparato burocrático de ese Estado y convertirlo en una maquinaria gestionada por órganos de poder de las masas. Apuntó, de este modo, a la descalificación y precarización de los trabajadores y servicios públicos de ese Estado, lo cual explica la oposición que generó en la salud y la educación. Lo mismo ocurrió con las cooperativas que reemplazaron a las empresas que se sumaron al sabotaje petrolero de 2002/3. Es también lo que hizo el kirchnerismo, en versión sainete con las cooperativas de empleo o las de viviendas regenteadas por la camarilla de Shocklender y Milagro Salas, entre otros. Apuntó, de conjunto, a una cooptación y regimentación de movimientos populares. La empresa capitalista, en Venezuela, no fue sustituida por emprendimientos de gestión obrera bajo un plan económico único y el desarrollo de una legislación laboral más avanzada. Las grandes empresas estatizadas vegetan bajo la incuria y corrupción de una burocracia oficial. El resultado de la gestión bolivariana no ha sido la consolidación del proletariado sino una atomización de gran alcance. Este es un rasgo fundamental de la desintegración económica que tiene lugar en la actualidad.
El proceso bolivariano penetró profundamente en la izquierda de Venezuela, que se convirtió en un alero del chavismo, pretextando que éste desenvolvía un proceso revolucionario, por ejemplo el Ccura y Marea Socialista. El llamado maoísmo se convirtió en “escuálido” al igual que algunos ex lambertistas. En ocasión de los eventos electorales, la izquierda ha participado, en diversas localidades, de frentes dispares y sin principios determinados por cálculos ventajistas ocasionales.
Es con este bagaje que ingresa a una nueva etapa extraordinaria, que anuncia cambios radicales de régimen, en un cuadro de crisis que involucra a todas las clases sociales y a todos los estamentos de Estado, incluidas las fuerzas armadas. Envuelve directamente al imperialismo yanqui, así como a Cuba y a la vecina Colombia, al conjunto de América Latina y a gran parte de la Unión Europea. Los países ‘aliados’ de Unasur, hayan cambiado de signo político, se han pasado al campo diplomático que presiona por un cambio de régimen en Venezuela, como lo ilustra la posición de Uruguay. El macrismo argentino ha trocado su violencia inicial por una posición favorable a una transición pactada, como reclama el gobierno de Obama.
12. En Venezuela se procesa una regresión política importante. El régimen plebiscitario de Chávez, que reivindicaba para si la masividad del voto popular, se ha convertido en un régimen de facto, que gobierna por decreto, violentando la soberanía de la Asamblea Nacional ganada por la derecha en forma abrumadora en las últimas elecciones. Este gobierno por decreto se sostiene por el apoyo de la cúpula militar, en el marco de un rechazo mayoritario de la población, según indican los sondeos que no son cuestionados. Las fuerzas armadas se han hecho cargo de la distribución de los alimentos. Del lado económico se encuentra en marcha un plan de ajuste y de devaluación externa del bolívar, que busca asegurar el pago de la abultada deuda externa del Tesoro y de Pdvsa. Circulan propuestas, en el gobierno, para vender activos estatales para pagar la deuda externa y mejorar la capacidad de importación del país. Lo que queda del capital extranjero se retira de Venezuela.
La “guerra económica” que denuncia el chavismo se desenvuelve en el marco de esta desorganización económica y de privilegiar el pago de la deuda externa. El cierre de las cuentas de bancos privados y del Banco Central, por parte del Citibank, es, por un lado, una expresión del estado de cesación de pagos de Venezuela y, por el otro, traduce la presión de un sector del capital financiero para acelerar el desenlace de la crisis política. El capital internacional se siente incentivado por la victoria del macrismo en Argentina, el golpe de estado en Brasil y el giro anti-chavista del gobierno frenteamplista de Uruguay. Los trabajadores son llamados a ocupar fábricas que se encuentran vaciadas o no cuentan con financiación. La militarización creciente del Estado, incluso si es una militarización ‘bolivariana’, no es progresiva sino reaccionaria. Históricamente, estos gobiernos de facto han presidido las transiciones entre regímenes políticos e incluso sociales, mediando entre las fuerzas en disputa. Recordamos el golpe ‘comunista’ de Jaruzelsky, en Polonia, que contó con el apoyo del Vaticano y sirvió a la transición hacia un nuevo régimen político. Precisamente por esto, sectores cada vez más vociferantes de la derecha venezolana reclaman un golpe militar contra Maduro, a las fuerzas armadas chavistas.
Una parte representativa de la oposición escuálida ha completado un programa propio a la crisis. Mendoza, el dueño de la principal empresa nacional, Polar, ha planteado un programa de acentuado carácter ‘macrista’: eliminación del control de los cambios y de los precios regulados, sostenido por una ‘ayuda’ o socorro financiero internacional, cuyas fuentes no determinó. El impacto de este ‘rodrigazo’ sería, en Venezuela, considerablemente más catastrófico que el del macrismo – el cual, dicho sea de paso, cuenta con el apoyo de todo el arco político, en especial del peronismo y del PJ. La transición política marcha a toda velocidad, aunque en la superficie prime el inmovilismo.
Entendemos que la izquierda venezolana debería arribar a un acuerdo práctico en torno a una reivindicación política de conjunto. Es la condición para que pueda intervenir como protagonista político independiente en esta crisis; podría reagrupar a los sectores que han roto con el Psuv con planteos progresistas. Debería abrir esa discusión con toda urgencia. En oposición al gobierno militarizado de facto, por un lado, y a un revocatorio de contenido derechista, que además luce incompatible con el ritmo acelerado de la crisis, nuestra propuesta tentativa es la convocatoria de una Asamblea Constituyente libre y soberana. El planteo debería servir para reunir asambleas populares que puedan postularse, eventualmente, como convocantes de esa Constituyente. Un planteo de este tipo serviría, en cualquier caso, para que la izquierda aparezca como una candidatura autónoma al poder, que le permita intervenir en las diversas fases por las que atravesará esta crisis, que promete ser explosiva y prolongada.
Crisis mundial
13. La crisis que se ha abierto en América Latina no es un simple emergente de limitaciones políticas subjetivas, es decir de clase, programa y estrategia de la diversidad de gobiernos de tipo nacionalista. Es, antes que nada, una crisis de conjunto de sus estructuras sociales y políticas, enmarcada en una bancarrota capitalista de carácter mundial. El derrumbe de los fenómenos nacionalistas opera como un accidente histórico que pone al descubierto la declinación capitalista y la gravedad de la crisis en curso. Precisamente esto condiciona y contamina los procesos políticos de recambio que encabeza la derecha. La tentativa ‘restauradora’ de la derecha, abre una etapa de mayor potencial revolucionario. No inaugura una etapa de repliegue de la lucha de clases, sino de acentuación de esa lucha. Parte de la ruptura del equilibrio político precedente e inicia un período de desequilibrios políticos mayores.
Esta etapa, en América Latina, tiene lugar en una marco internacional concreto. La ruptura de la Unión Europea, con la salida de Gran Bretaña, constituye un salto en calidad en la bancarrota capitalista. La UE fue el emprendimiento contrarrevolucionario político más destacado de la burguesía mundial luego de la segunda guerra. Es un bloque económico, político y militar – en esto último como sucursal de la Otan. Fue un instrumento de disciplinamiento del proletariado y el arma política más relevante para apuntalar la restauración capitalista en la ex Unión Soviética, encarada por la burocracia de cuño staliniano. Un cuarto de siglo después de la disolución de la URSS, se despliega la desintegración de su sepulturero. Las contradicciones violentas del capitalismo se han impuesto por sobre los reveses y derrotas del proletariado.
El llamado Brexit ha expuesto la vulnerabilidad del mercado internacional de capitales más importante del mundo. Obliga al estado a operar un segundo rescate del capital en el centro nervioso del capital financiero, cuando no se han cerrado aún las grietas financieras dejadas por el rescate de 2008 – incluso las han superado. Se conjuga con la bancarrota declarada de la banca italiana; la corrida bancaria parcial en España; y por sobre todo la insolvencia de los dos principales bancos de Alemania. En toda la eurozona se desenvuelve un proceso de desintegración, crisis políticas y luchas obreras – como ocurre en Grecia y Francia, por un lado, y Europa central, por el otro. La deuda nacional de estos países, a fuerza de rescates bancarios, orilla el 300% del PBI. Un termómetro contundente del impasse económico es la deuda pública colocada a tasas de interés negativa, que pasó entre enero y junio últimos de u$s 1.3 billones a u$s 13.5 billones. Implica una amenaza al sistema bancario y a las compañías de seguros, y constituye un registro inapelable de la tendencia a la deflación monetaria y a la depresión económica. El retiro de Gran Bretaña y la crisis de la zona euro pueden llevar, alternativamente, a una desintegración de esos espacios, o a su transformación en un espacio colonial de Alemania secundada por Francia. En Estados Unidos, la victoria de Trump en la interna republicana, pone en evidencia una tendencia chovinista, que responde un crecimiento de la rivalidad económica e incluso militar entre las potencias capitalistas, que se manifiesta en el mar de China, en Ucrania y en las agresiones imperialistas en Medio Oriente y el norte de África.
Este cuadro mundial condiciona los recursos a disposición de las burguesías latinoamericanas para salir de las experiencias nacionalistas en sus propios términos. La enorme sobreproducción de mercancías y capitales explica que el frente nacionalista internacional de los llamados Brics pasara a mejor vida, pues todos sus integrantes enfrentan amenazas de bancarrota. La alianza de Brasil con China ha dado paso a un reclamo de ruptura comercial de parte de la industria siderúrgica instalada en Brasil.
La crisis mundial tiene un desarrollo desigual, al igual que lo que ocurre con el capitalismo y la historia en general. China, por ejemplo, contrarrestó con un gasto público enorme el impacto de la crisis mundial en su economía, lo que llevó a un ‘boom’ de los precios internacionales de las materias primas. Las derivaciones de ese gasto fueron responsables del 30% del PBI de los países productores de esas mercaderías (Martin Wolf, “The Shifts and the Shocks”). China enfrenta ahora una hipoteca de deuda fenomenal y, por primera vez, ha autorizado procedimientos de quiebra. En los meses recientes, la acentuación de la caída de las tasas de interés en los mercados internacionales de deuda pública, ha producido un retorno parcial de los capitales de corto plazo a América Latina, por sus tasas de interés elevadas. La bancarrota económica, asimismo, produce sus propios negocios: la venta de activos por parte de Petrobras le ha reabierto, aunque en forma precaria, el mercado de deuda extranjera. Esta volatilidad producto de la crisis no debe confundirse con el financiamiento de una expansión económica que por ahora no tiene fundamentos. Argentina ha expandido su deuda pública en u$s 25 mil millones, en los últimos meses, para pagar a los fondos buitres y financiar la salida de utilidades y dividendos. Un nuevo ciclo de endeudamiento internacional tiene bases más restringidas que en el pasado y consecuencias más explosivas.
Si la experiencia macrista sirve de guía de ruta para las tentativas similares que se pergeñan en América Latina, el balance provisorio es claro: un aumento fenomenal de la inflación, un crecimiento del elevado déficit fiscal heredado, una suba descomunal de las tasas de interés y una acentuada recesión económica. Los pergaminos democrático-electorales y el apoyo masivo de la oposición patronal a sus medidas más decisivas, no le han evitado enfrentar una resistencia, que ya es masiva, al ‘rodrigazo’ tarifario. El macrism ha sido puesto a la defensiva, en su corto período de gobierno por una rebelión popular contra el tarifazo, que además ha provocado un principio de fractura en el aparato estatal (amparo judicial a favor de los usuarios). Se perfila, además, un nuevo ciclo de reclamos salariales, a pesar del apoyo de la burocracia sindical a la nueva gestión. El gobierno macrista aún tiene que reunir los recursos económicos y políticos para su política de ajustes, y luego imponerlos por medio de una severa lucha de clases. Es un régimen dividido entre camarillas capitalistas, sin base parlamentaria propia, condicionado en el gobierno por la exigencia de ganar las elecciones parlamentarias del año próximo.
La izquierda en la nueva etapa
14. En Argentina y también en América Latina, esta crisis de conjunto, plantea el desafío de que la izquierda se convierta en una alternativa política de conjunto, esta vez ya no bajo formas democratizantes, como en la década y media pasada, sino obreras y socialistas. Lo haría en confrontación con partidos patronales históricos en desintegración, burocracias sindicales desprestigiadas y la venida a menos de las fuerzas reformistas o democratizantes. Para eso es necesario un debate político y una comprensión adecuada de la coyuntura presente.
En Argentina, el Frente de Izquierda se ha convertido en un canal político de esa alternativa, en especial en 2013, cuando alcanzó su mejor performance electoral e incluso derrotó al peronismo - gobernante y opositor – en la capital de Salta. Se ha seguido desarrollando en el movimiento obrero, en especial entre delegados y comisiones internas. En mayo pasado, una lista de izquierda y clasista. Encabezada en todo sentido por el Partido Obrero, ganó el sindicato del Neumático (Pirelli, Firestone, Fate, etc). Tuvo lugar enseguida después de la asunción del gobierno de Macri. El programa del Frente de Izquierda plantea el desarrollo de la independencia política de los trabajadores y el gobierno de la clase obrera.
En contraste con esta perspectiva se ha desarrollado en el Frente de Izquierda una tendencia hacia el kirchnerismo, por parte del PTS. Es una repetición histórica degradada de la disolución la misma corriente en el peronismo, en especial luego del golpe del 55; el apoyo al regreso de Perón, en 1972; la incorporación de parte del peronismo al Frente del Pueblo, en 1985. En cada encrucijada histórica esa corriente posó su mirada en un frente con el peronismo y en la adaptación política a la verborragia nacionalista. Tiene incluso en marcha una revisión histórica favorable al foquismo montonero; combina sin rubor el electoralismo y con una pose militariasta (En la campaña electoral de 2011 reivindicaba en especial los escritos militares de Von Clausewitz; en la de 2013, el desarrollo de la democracia mediante la igualación del salario de los legisladores con los docentes). Esta adaptación se manifiesta igualmente en Bolivia, donde se abstuvieron sobre la reelección de Evo Morales, en lugar de rechazarla, o en el apoyo, ya indicado a Luiza Erundina en las próximas municipales de San Pablo.
En diversas tentativas de coordinación sindical, tanto el PTS como IS rechazaron, como inoportuna, la reivindicación de la independencia política de la clase obrera, con el argumento de la necesidad de atender a ideología de los activistas peronistas. El seguidismo es postulado como táctica política. En la lista Negra del Neumático, sin embargo, hay activistas de primer nivel que siguen vinculados románticamente al peronismo, que defienden esa independencia política de los trabajadores. La ruptura del PTS con el FIT, en ocasión del 1° de Mayo, se explica en esa línea. El pretexto pueril, a saber, que IS no caracterizaba como golpe la movida contra Rousseff, obedeció a la orientación de dar una señal de acercamiento al kirchnerismo – para peor, con la perspectiva puesto en los resultados que podría brindar para las elecciones de renovación parlamentaria de 2017. En pretexto de la lucha contra el golpe en Brasil operó como una cortina de humo contra el desarrollo de la alternativa política del FIT al gobierno de Macri y sus apoyos políticos. La prensa digital del PTS apunta claramente en esa dirección, pues se ha convertido en una tribuna para el kirchnerismo, que es disimulada con entrevistas periodísticas a voceros de la derecha. Las divergencias políticas, como ha ocurrido con la posición de IS, deben discutirse con tiempo y método y la participación activa del conjunto de los militantes. Las perspectivas políticas del FIT requieren una delimitación clara del centrismo político de las fuerzas que lo integran. El Partido Obrero se ha destacado por una delimitación rigurosa y una crítica sin concesiones a la experiencia autoproclamada “nacional y popular” – que constituye el contenido principal del avance de la izquierda. Esto en contraste con la oposición al kirchnerismo de la llamada “izquierda plural” (MST, Libres del Sur), que no reparó en esa tarea con aliarse a la oligarquía agraria en el conflicto de 2008, y formar listas electorales con representantes políticos de la industria automotriz de Córdoba y también con secuaces del macrismo.
La nueva etapa encuentra al FIT en una encrucijada. La adaptación al kirchnerismo de parte del PTS – lo ha llevado a una la ruptura política, como ha ocurrido con el boicot al acto del 1 de Mayo (existe desde hace tiempo una ruptura de los acuerdos de cogestión de las representaciones parlamentarias y, por lo tanto, una usurpación política de las bancas conquistadas). En oposición a esta adaptación y a las tendencias democratizanes en presencia, el PO caracteriza que la etapa política presente ofrece una posibilidad considerablemente mayor para que la izquierda revolucionaria se postule como una alternativa política al derrumbe capitalista y al agotamiento e incluso disgregación de los partidos patronales de Argentina. La lucha por independencia de clase del proletariado es el peldaño político para establecer un gobierno socialista de la clase obrera.
15. El balance general revela la definitiva y completa bancarrota del llamado Foro de San Pablo, cuyos gobiernos se hunden como consecuencia de sus limitaciones políticas e incluso su colaboración con el imperialismo.
La izquierda latinoamericana aborda la nueva etapa de bancarrotas capitalistas y de regímenes políticos en América Latina, delimitada en tres bloques. Por un lado una derecha que reivindica el frentismo ‘plural’ y democratizante y que se esfuerza en borrar toda distinción entre la clase obrera y los explotados, de un lado, y la burguesía, del otro, y que se manifiesta en el apoyo y en la promoción de candidatos patronales. Por otro lado, una izquierda centrista, que oscila entre el frentismo democratizante y en especial en la adaptación al nacionalismo o democratismo burgués (como ocurre en Bolivia, Brasil y Argentina). Finalmente un polo revolucionario, el cual defiende el principio de los acuerdos prácticos con todas las corrientes en presencia cuando se trata de impulsar una lucha de masas, pero trabaja por la independencia del proletariado como labor preparatoria para un gobierno de la clase obrera. La estrategia de esta última corriente está resumida en la consigna de los Estados Unidos Socialistas de América Latina, incluido Puerto Rico.
Parlamentarismo, sindicatos
16. Las últimas décadas se han caracterizado por el lugar histórico inédito de los procesos electorales, resultado de un cruce de procesos históricos latinoamericanos e internacionales. Sea como fuere, dio lugar a un protagonismo electoral, también inédito, de la izquierda y en particular de la trotskista. En algunos países llevó a organizaciones trotskistas a los Congresos o Asambleas nacionales. Esta circunstancia puso a prueba la capacidad de estas organizaciones para desarrollar una actividad revolucionaria en el campo electoral y en el parlamento. Como es obvio, la capacidad para satisfacer este propósito depende, en primer lugar, de los programas y de las estrategias de las fuerzas de izquierda en presencia, que son, en su mayoría, democratizantes, o sea electoralistas y reformistas. Según se ha denunciado en la prensa de izquierda de Brasil, el Psol ha aceptado aportes de grandes empresas para sus campañas electorales y el mismo Psol ha justificado esta aceptación. Las oportunidades de reconocimiento político que ofrecen los procesos electorales para corrientes confinadas a una actividad sindical o marginalizadas en la lucha política, cuando no directamente sectarias, han operado como un poderoso factor de presión para la adaptación electorera a los prejuicios de la llamada ‘opinión pública’. Es el caso ya mencionado del planteo de igualar el salario de los legisladores a los docentes para acabar con “la casta política” y hacer “avanzar la democracia”. No es más que la charlatanería del Podemos de España. Al igualar con esta ‘casta política’ la persistencia de los dirigentes socialistas más antiguos, el palabrerío democrático fue convertido en contrarrevolucionario.
Para que los procesos democráticos puedan ser aprovechados por la izquierda revolucionaria es necesario hacer de ellos una caracterización adecuada. Lo mismo ocurre con el parlamentarismo: son, por un lado, la oportunidad de llevar la propaganda socialista a las grandes masas, pero al mismo tiempo un mecanismo de legitimación del estado y una presión para sustituir la lucha de clases por el arbitraje del sufragio y la representación popular. En el campo de la burguesía, las fracciones democratizanes o simplemente demagógicas, utilizan la labor legislativa para bloquear la acción directa de los trabajadores, casi siempre instigada por la burocracia de los sindicatos o con su colaboración. En Argentina, los parlamentarios del PTS dieron su apoyo abierto a una legislación ‘anti-despidos’ que apuntaba a sustituir la lucha de los trabajadores por el arbitraje de la justicia laboral y a justificar la inacción de los sindicatos ante las suspensiones y despidos. Curiosamente, esta corriente había combatido, en los inicios del FIT, las propuestas de legislación, por parte de la izquierda, como puro electoralismo. Ignoraba la labor legislativa del PO, en el ámbito de la Ciudad, que logró la aprobación parlamentaria a la reducción de las horas de trabajo en el subterráneo y que desató una enorme lucha de los trabajadores y potenció el trabajo en la empresa para expulsar a la burocracia sindical.
Los golpes de estado en diversos países, aunque no directamente militares; las masacres en México y la alianza entre el estado y el narcotráfico; las masacres de campesinos en Paraguay; los paramilitares en Colombia; el asesinato de activistas de izquierda por bandas patronales en Venezuela; las muertes de luchadores en Argentina, por parte de patotas de la burocracia y la policía, y el gatillo fácil; todo esto atestigua la fragilidad y la provisoriedad de la tan mentada etapa democrática en América Latina. La política que tiene por base la perspectiva de una durabilidad y profundización de los procesos democratizantes, carece de sustento.17.
17. El ascenso de la izquierda y de las corrientes trotskistas en América Latina se manifiesta fuertemente en los sindicatos. Un progreso ulterior, sin embargo, podría verse bloqueado por un agudo faccionalismo. Este faccionalismo exacerbado es, por un lado, el reflejo de un prolongado periodo de desarrollo marginal y sectario y, por el otro, de una inmadurez que se caracteriza por la sustitución de la delimitación política por la pelea de aparato. Esto ha impedido un desarrollo sindical que podría haber sido más enérgico, en especial en Brasil, en Argentina y en Venezuela. En la lucha contra este bloqueo propugnamos el frente único de todas las tendencias combativas en los sindicatos.
La revolución cubana
18. En las últimas décadas, la revolución cubana ha quedado replegada como foco de referencia para las masas de América Latina, incluso por la aparición de nuevas experiencias políticas que desataron enormes ilusiones políticas en los explotados. La razón principal, sin embargo, ha sido el impasse completo que ha alcanzado el régimen político de la Isla y su política de colaboración con las burguesías nacionales y el propio imperialismo. Existe una tendencia a descalificar su resultado histórico, sin embargo sigue representando una referencia para los trabajadores de América Latina, en especial por su capacidad de resistencia al mayor imperialismo de todos los tiempos – a noventa millas de sus costas. Mantuvo, además, su peculiaridad histórica frente a la restauración capitalista en la ex URSS y su entorno geopolítico y a la vigorosa penetración del capitalismo en China y Viernam. La aceptación, por parte de EEUU, de relaciones diplomáticas con Cuba, constituye un recule político del imperialismo, luego de más de medio siglo de bloqueo, con independencia de que tenga la misma finalidad de reanudar la colonización capitalista de la Isla. El bloqueo sigue en pie, aunque disminuido, como un arma de extorsión para imponerle al país las pretensiones del imperialismo.
Con manifiestos zigzagueos, Cuba ha encarado, una salida a su estancamiento económico por la vía de una colaboración del capital internacional, y por una política de ajuste y de mayor diferenciación social. No tiene la posibilidad, sin embargo, de reproducir las características del camino de China hacia el capitalismo, porque no tiene la posibilidad de ofrecer un mercado interno al capital internacional, sino convertirse en una plataforma de exportación y un paraíso turístico e inmobiliario. En última instancia, convertiría a Cuba en una suerte de Republica Dominicana, Puerto Rico o Haiti. Puerto Rico, la isla menor de las Antillas, enfrenta ahora un defol económico generalizado que ha reducido a la nada su condición de estado asociado de EEUU, pues ha pasado a ser gobernado por un comité de supervisión financiera y fiscal, con el cometido de que pague su enorme deuda externa. El camino chino ha conducido a la propia China a una crisis de potencial monumental y al mismo tiempo a un desarrollo cada vez más impetuoso de la lucha de clases de la clase obrera. La bancarrota capitalista mundial opera, por un lado, como un factor de presión para la apertura completa de Cuba al capital internacional y, por otro lado, como un límite insalvable a sus posibilidades, porque acentuará el impasse del régimen político y la lucha de los trabajadores.
Cuba sigue siendo una sociedad en transición, con la peculiaridad de que está gobernada por una fuerte burocracia estatal y una tendencia interna cada vez más amplia, que favorece la privatización de la propiedad pública. Esta condición le da al planteo de asociación con el capital extranjero una fuerte connotación restauracionista. Un régimen proletario buscaría atraer inversiones extranjeras, en condiciones de aislamiento y crisis, en función de un fortalecimiento de la dictadura del proletariado. Los grandes debates en el bolchevismo, en los años 20, muestran el rechazo al esquematismo autárquico. Si el proceso de China sirve de ejemplo, la perspectiva de una renovación revolucionaria en Cuba pasa por la lucha por la organización independiente de los sindicatos, el desarrollo de la autonomía política de la clase obrera y la perspectiva de un gobierno de trabajadores.
Los gobiernos de Cuba y de Estados Unidos constituyen los promotores principales del llamado proceso de paz en Colombia, que cuenta con el apoyo de la UE y de la ONU. El largo proceso guerrillero en Colombia ha entrado hace mucho tiempo en una clara descomposición y ha sufrido derrotas militares contundentes. Las negociaciones de paz apuntan a integrarlo al régimen político y al Estado capitalista, el propósito declarado de las propias Farc. El resultado, sin embargo, sigue incierto debido al crecimiento vertiginoso del paramilitarismo y al agravamiento de la cuestión agraria. Un acuerdo de paz no va a resolver ninguna de las contradicciones explosivas de Colombia. Las nuevas condiciones políticas deberían ser aprovechadas para convocar a la construcción de un partido revolucionario.
Tareas
19. El propósito de estas tesis y de la Conferencia sobre América Latina es que sirvan al debate político y a la elaboración de un programa. No puede existir un partido sin programa, sin embargo eso es lo que ocurre en América Latina. Los asistentes a la Conferencia adoptarán un plan de trabajo de difusión de las tesis y su discusión en la izquierda, el movimiento obrero y la juventud.
Jorge Altamira