Hombre en llamas

Hombre en llamas
Hombre en llamas. Orozco, J.C. Algunos críticos interpretan el mural como una glorificación de los cuatro elementos, otros ven en cada una de las figuras una simbología inherente al hombre mismo: el hombre teológico (que simboliza la tierra), el cual despierta en el mundo y convierte en dioses los fenómenos naturales que no comprende; el hombre metafísico (que simboliza el viento), el cual empieza a tener conciencia, reflexionando sobre la realidad del mundo; el hombre científico (que simboliza el agua), el cual analiza los fenómenos, los objetos, penetrando con su razón en sus esencias. Finalmente el hombre de fuego que debería simbolizar a Prometeo, el que rebelándose a los dioses entregó a los hombres la chispa del fuego, la cual representa al mismo tiempo la razón y la libertad. Así el hombre, ya libre, crea las artes en su constante lucha de superación; el hombre hecho fuego de pasiones, de anhelos de conquistas, pero sobre todo dueño de su vida, de su destino y de sus decisiones.

jueves, 17 de septiembre de 2015

"La pereza y la celebración de lo humano"

"La pereza y la celebración de lo humano"

Un nuevo libro de Pablo Rieznik

¡Oh, pereza, madre de las artes y de las nobles virtudes, sé el bálsamo de las angustias humanas!"
Paul Lafargue (1860)
 
"El trabajo, que es la nota distintiva del ser humano, se ha convertido en el tormento y en la maldición de la mayoría de los hombres"
Antonio Labriola
 
La concepción primitiva del trabajo "se encuentra, asimismo, en el sentido etimológico de la propia palabra en la lengua latina. ‘Trabajo’ deriva de tripalium, una herramienta configurada con tres puntas afiladas que se usaba para herrar los caballos o triturar los granos. En cualquier caso, tripalium era, asimismo, un instrumento de tortura, y por esto mismo tripaliare en latín significa torturar; identifica al trabajo con la mortificación y el sufrimiento".
 
La pobreza y la celebración de lo humano, de Pablo Rieznik, bucea en los orígenes y el desenvolvimiento histórico del trabajo; es decir en el intercambio, en el metabolismo entre la humanidad y la naturaleza, que aquella modifica con su actividad aunque no siempre el trabajo fue entendido así (la Antigüedad, por caso, atribuía la riqueza a la acción de los dioses y despreciaba el trabajo físico, cosa lógica en una sociedad sostenida por esclavos). Rieznik recorre la historia de ese metabolismo hasta llegar a lo que Marx denomina "trabajo alienado", ajeno y hostil al trabajador que lo ejecuta, transformado éste en "puro apéndice de la máquina".
 
Una de las varias cumbres del libro está dada por el análisis del fetiche de la mercancía entendido en toda su magnitud; esto es, en cuanto fenómeno que se encuentra en la base de la sociedad mercantil y de la alienación del trabajo en su forma superior: el régimen capitalista. En otras palabras: los productos del trabajo siempre fueron y son -bajo cualquier régimen de producción- cosas útiles, que satisfacen necesidades humanas, pero sólo en la producción mercantil -cuando las fuerzas productivas han alcanzado determinado grado de desarrollo- adquieren valor de cambio o, dicho en su expresión dineraria, precio. Las cosas entonces parecen relacionarse socialmente entre sí, como si fueran personas, y las personas quedan dominadas por las cosas. Ese quid pro quo (tomar una cosa por otra) es el fetichismo que, al decir de Marx, "se adhiere a los productos del trabajo no bien se los produce como mercancías, y que es inseparable de la producción mercantil".
El libro de Rieznik es, entre otras muchas cosas, un homenaje a Paul Lafargue, el socialista francés (yerno de Marx) que en 1880 publicó su notable Derecho a la pereza, una impactante denuncia de la alienación del trabajo y, además, un alegato anticlerical, puesto que la pereza es uno de los pecados capitales y la Iglesia hace, a su vez, un fetiche del trabajo que explota y aplasta al obrero para servir a Dios y al patrón.
 
Sin embargo, el texto no es, ni mucho menos, una pieza de curiosidad académica. Por el contrario, se transforma en una guía para la acción política desde que muestra y demuestra cómo la alienación del trabajo y las contradicciones intrínsecas del capitalismo estallan en crisis, en catástrofe permanente. Y, por último, expone las leyes de ese estallido en el mundo y en la Argentina.
Por todo eso, con todo derecho, Pablo rinde homenaje en el final a "los militantes que no se han rendido ni renunciado a la lucha de siempre, los compañeros de los organismos de derechos humanos que han resistido a la cooptación y a los cantos de sirena del poder, incluso cuando se traviste de progresista. A ellos brindé mi homenaje en la conclusión de mi alegato (durante uno de los juicios a los represores), herederos de mis compañeros de cautiverio y de aquella generación que luchaba por una sociedad sin explotadores ni explotados, por abolir el capitalismo y toda forma de opresión. La lucha que no terminó".
 
Por último, Pablo cita dos nombres: el de Adriana Calvo, luchadora de toda la vida fallecida hace poco, y el de "mi compañero de partido, de la más noble de todas las causas: Mariano Ferreyra, presente".

PRENSA OBRERA

Comentarios
Daniel Gaido
Pablo, si nos ponemos filológicos, aquí van mis dos centavos, tomados de las lenguas semíticas, que son más antiguas que la latina: en hebreo las palabras "trabajo" (avodá: עבודה) y "trabajador" (oved: עובד) tienen la misma raíz (ain-bet-dalet ע-ב-ד) que "esclavitud" (avdut: עבדות) y "esclavo" (eved: עבד)

Constanza Bosch agrega: "También en griego una de las acepciones de la palabra "trabajo", "δουλειά", tiene la misma raíz que esclavo/sirviente, "δούλος". Luego hay otra acepción, εργάζομαι, cuya raíz remite a la palabra "obra, creación", έργο, aludiendo a una actividad creativa y con connotaciones positivas. El trabajo repetitivo y rutinario se traduce sin embargo como δουλειά." Algo parecido pasa en hebreo con la palabra "obrero" (poel: פועל) que tiene la misma raíz que la palabra "actividad" (peulá: פעולה)

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